miércoles, 11 de diciembre de 2019

El bello y la bestia


Bello, soy bello. Sublime. Diríase que casi un dios. Un Narciso sin un lago en que mirarme. Mis piernas son rectas, proporcionadas,  ligeramente musculadas. Mi abdomen suave apenas deja entrever  unos incipientes  abdominales.  El pecho perfecto, totalmente simétrico, casi cuadrado. La espalda ligeramente cóncava baja de los trapecios hacia los fuertes hombros y  forma en su extremo opuesto un suave tobogán sobre mis recios glúteos. Y qué decir de mi cabeza reposando sobre el pedestal del cuello; boca, nariz y ojos, triangulan  mi cara, dibujando un rostro amable que sin duda empuja al beso. El cabello rizado invita a ensortijar los dedos de aquellos que me admiran. Me gusta estar desnudo ¿porqué poner barreras a lo que ya es perfecto? Quizás y por buscarme algún defecto diría yo, si pudiera, que tengo los brazos demasiado largos.  

Parece que ya vienen. Me rodean, no pueden evitar mirarme. Algunos incluso me hacen fotos. Los mas osados apenas alcanzan a acariciar mis suaves y marmóreas pantorrillas. Porque aunque aunque ahora soy grande, antes fui pequeño, muy pequeño y aún así vencí a un gigante.




Mi madre tardó dos días en poder darme el pecho. 


"Dios mío" exclamó la enfermera después de quitarme la grasa capa de líquido amniótico que aún me cubría el rostro. 
"No se preocupe, señora" añadió "Algunas niñas sufren en el parto". "Pues yo creo que no sólo en el parto, porque a mí me tocaría sufrir toda la vida con esta cara de boxeador recién noqueado".

En el colegio aprendí lo rica que es la lengua castellana: cíclope, bola de sebo, culo de mono, pelo paja, cojitranca...
Nunca he tenido novio, aunque algunos tíos se me han acercado. Quizás porque mi mejor amiga, Angelines, está como un tren. Somos el yin y el yang, y me consuelo pensando que entre las dos sumamos una persona corriente.
Hace tiempo que quité los espejos de mi casa, así que no puedo describirme. Si los demás rehuyen mirarme, no voy a hacerlo yo tampoco. Así que soy fea por exclusión. Supuse que si la gente me miraba a la cara dejaría de ser fea, y por eso me compré unas gafas de espejo. Parece que funciona, aunque realmente no sé si me miran o se ven ellos. 
No puedo ir al gimnasio, no hay zapatillas de mi talla y necesito un tacón más alto que el otro para poder mantener el equilibrio. Mi cuerpo despide un olor repelente en cuanto doy dos pasos y tengo que secarme rápidamente el sudor que se desliza entre los michelines  para  evitar mancharme la camiseta; si me pilla en un bar utilizo las servilletas y Angelines me riñe.  

Ella es la única persona que me quiere y yo también la quiero a ella; aunque supongo que de forma diferente. 


1 comentario:

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