Cicatriz número uno: interior pie izquierdo.
Podría decirte que sucedió una noche. Conducía una moto que había robado. Me salí de la carretera y el quitamiedos seccionó mi pie. Los bomberos encontraron mis dedos a unos veinte metros de mi pierna. Por suerte estaban todos. Quedaron unidos por los tendones.
También podría decirte que me operaron antes de aprender a andar. Mi pie no estaba recto. Miraba hacia dentro. Pensaron que así nunca podría llegar a andar correctamente. A mí siempre me han parecido atractivas las personas cuyos pies están con un cierto ángulo hacia dentro. Como los de las asiáticas. Los pies de bailarina que parecen no querer saber el uno del otro me recuerdan a un anfibio.
Cicatriz número dos: costado derecho.
Podría decirte que siendo un adolescente recibí una paliza por cuatro tipos. Yo me defendí. Llegué a arrancarle a uno el lóbulo de le oreja con los dientes. Hasta que uno de ellos sacó unas tijeras y me las clavó.
También podría decirte que yo antes tenía un lunar ahí. Mi madre quiso que me lo quitase. A mí me gustaba. Ella decía que podría ser canceroso. El doctor dijo que no lo era. Aun así me lo extirparon. Por si acaso.
Cicatriz número tres: muñeca derecha.
Podría decirte que cuando estuve en Tailandia me arrestó la policía con dos kilos de marihuana. Me tuvieron encerrado varios días en un cuarto sin ventilación de la comisaría. Me mantuvieron atado con una cadena que me fue perforando poco a poco la muñeca hasta que pude ver un hueso. No sé si era el cúbito o el radio.
También podría decirte que, siendo un niño, en el colegio, me colgué del larguero de una portería y, al dejarme caer, uno de los clavos que se usaban para colocar la red de fútbol, se llevó un trozo de carne.
Podría decirte que mi cuerpo muestra la angustia y la lucha a la que he tenido que enfrentarme en esta vida, pero no. Ahora que lo miro, tengo un cuerpo aburrido.
FIN