Sé que
me encuentro metido en un problema muy gordo y desconozco la solución. Esto me
pasa por ser demasiado impulsivo, pero alguien tenía que tomar las riendas ante
la gravedad del momento. No tengo ni idea de ciencias ni de cálculo de
probabilidades, pero para ellos eso es lo de menos. Tan solo desean creer que
todo va a salir bien. Necesitan alimentar su esperanza, aunque sea con palabras
vacías y falsas. Eso es algo que se me da bien. Mi profesión es la de actor y
puedo adoptar cualquier papel. El de especialista en situaciones de crisis me
sale a la perfección. Tras escuchar mis argumentos, parecen convencidos y la
calma vuelve al refugio, pero sé que no será eterna. Pasan los días y los
ánimos decaen de nuevo. Llevamos demasiado tiempo encerrados. La comida empieza
a escasear y eso nos pone muy nerviosos. Desde que perdimos el contacto con el
exterior, la incertidumbre va minando nuestra confianza. Todos intuimos que eso
no augura nada bueno. No sé hasta cuándo podremos soportar esta situación sin
que se desate la locura. La convivencia cada vez resulta más difícil, pero hemos
de aguantar. Les digo que no se preocupen, que el final de nuestro confinamiento
se acerca.
El plazo se agota y todos me miran
con recelo. Por las noches, finjo que duermo tranquilo. Intento disipar las
dudas que empiezan a aflorar sobre mis cálculos. Mientras, por si acaso, permanezco
alerta con un cuchillo bajo la almohada.
Pilar Alejos.
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