jueves, 30 de enero de 2020

Payasos de mil formas

La verdad que estaba nervioso, y para no estarlo, todavía no entiendo como soy tan puto desastre.
Para empezar, me había dejado el traje de mago y tuve que llevar puesto el traje de payaso que solía usar mi padre. Ya era la tercera vez que me habían pillado el truco, se supone que me pagaban 50$ por entretener a esta panda de pijos y lo único que conseguía era ridículo y más ridículo.
Seguí sin rendirme y le hablé a la persona más callada de la fiesta, un chico que llevaba el disfraz más cutre de todos.
-Hola querido elefante, ¿te gustaría presenciar un espectáculo de magia?

Nuestro querido y desarrapado primate al oír esto se quedó petrificado, por fin le hablaba un solo ente en toda la fiesta que no mostraba una mueca de asco al mirarle a los ojos. Él ya tenía muy claro que con su disfraz no había acertado del todo, pero nunca se habría imaginado que lo tratarían de esa manera.

-Amigo, voy disfrazado de chimpancé, debería tener más profesionalidad a la hora de tratar a la gente. ¿Podría meterse la baraja por el culo un rato?

-Bueno, por lo que acaba de decir, veo que necesita un poco de magia, ¿le gustan los trucos con monedas? ¿Sí? Vale perfecto, porque fíjese que aquí tengo una baraja de cartas. Va a coger una totalmente al azar, firmarla y perderla por el mazo.
La vida no está tan definida como este paquete de cartas, muchas veces pueden pasar cosas que nunca esperamos hasta acabar formando un desorden completo (en ese momento empecé a barajar las cartas, primero boca arriba, luego alternando ambos lados y finalmente acabé destrozando con mis propias manos cada fina capa de plástico con la que se había formado cada naipe).

Como ve, no todo sale perfecto, pero con magia, podemos conseguir que todo lo que nunca antes nos hubiéramos replanteado, empiece a generarnos un escaso escondrijo de duda en nuestras cabezas.

El señor mono sabía que el mago no había terminado su truco pero eso no le detuvo para mirarle fijamente a los ojos, cogerle la mano y, finamente, abalanzarse sobre el mago vestido de payaso y comerle la boca en frente de toda la fiesta.

Al llegar a su casa, el señor mono encontró la baraja recompuesta que había usado su amante, sabía que era la misma baraja porque había una carta firmada.
¿Y cómo sabía que esa era su carta?
Porque en ella, con su propia caligrafía, se podía leer perfectamente el nombre de Juanjo García.












miércoles, 29 de enero de 2020

Cleopatra

Cleopatra

Mercedes era la única hermana de mis amigos. era una chiquilla pequeña y consentida, que a la mínima, se ponía a llorar para conseguir lo que se le antojaba. y siempre se salía con la suya. Por eso me caía tan mal cuando era una niña, y yo no perdía ninguna oportunidad de mortificarla uniéndome a sus hermanos en cualquier broma que quisieran gastarle. creo que por eso ella me tenía una mortal manía, y huía de mí siempre que yo aparecía por su casa. 

lo que pasó en aquella fiesta cambio el rumbo de nuestras vidas. Mercedes apareció con todos sus hermanos disfrazados con los trajes más elaborados de toda la fiesta. ella, vestida de Cleopatra, con el ombligo al aire, llamaba la atención de todos los marchitos que habíamos acudido vestidos con disfraces menos sofisticados. el mío , de piel roja, estaba trabajado, pero era muy simple. pero la careta que yo mismo había trabajado me daba un aspecto imponente. me acerqué al grupo de hermanos con la esperanza de llegar a bailar con la reina de la fiesta. en un momento ví que caía en los brazos de Juanjo, vestido de chimpancé, que era el “guapo” del grupo de amigos y que yo sabía que le gustaba a Mercedes. si le reconocía , yo ya no tendría ninguna oportunidad, así que aprovechándome de su temporal fealdad y de la incomodidad de su disfraz, arranqué a la reina de Egipto de sus brazos y me abracé a ella con todas mis fuerzas. ella me miró sorprendida, y se dejó llevar. yo no era tan guapo como Juanjo pero bailaba bastante mejor que él, así que fuimos trotando sobre todos los ritmos del momento, sin que nadie lograra separarme de ella. hasta que vi el momento de sacarla al jardín, para , en algún rincón oscuro, besarla. Lo conseguí, mientras envolvía con mi torso desnudo su elegante cuerpo, y poco a poco desapareció toda resistencia. hasta que apareció uno de mis amigos para recordarle que era tarde y tenían que irse, entonces yo hice aquel inoportuno comentario sobre Cenicienta, y al quitarme la careta vi su cara de sorpresa. efectivamente no me había reconocido antes. en su cara apareció una mueca que mostraba un sentimiento indefinible entre el desprecio y el odio. la misma mueca con la que me premia cada vez que digo algo para ella inconveniente, todavía hoy, treinta años después, aunque sea mi mujer.

martes, 28 de enero de 2020

CLEOPATRA desde otro punto de vista

CLEOPATRA

(Otro punto de vista)


Mercedes tenía cinco hermanos, todos chicos. Y todos sin excepción le hacían rabiar con frecuencia, aprovechándose, tal y como yo lo veía, de su condición de mujer entre tanto hombre. Después de casi todas las bromas, ella lloraba de una forma que daba algo de lástima. Pude ser testigo de todo ello durante algún tiempo porque uno de sus hermanos, Alberto, era muy amigo mío y a menudo yo estaba en su casa viendo películas o jugando. De hecho, allí la conocí, la primera vez que fui a casa de Alberto. Y yo siempre intentaba tratarla de la mejor manera posible, supongo que para compensar aquel comportamiento de sus hermanos.
Mercedes creció y se convirtió en una adolescente que, además, fue adquiriendo un cierto carácter que sacaba claramente delante de sus hermanos cuando estos, de manera cada vez más residual, eso sí, le hacían aún alguna broma desagradable. Poco a poco dejé de ver a aquella niña desconsolada e iba apareciendo una chica que quizá no llamaba la atención en general por su aspecto físico, pero a mí sus largas piernas y sus labios pulposos me volvían cada vez más loco. No obstante, ahí estaba la timidez, que bien podría llevar el adjetivo de “maldita” delante en estas circunstancias, que por alguna razón me impedía ir un poco más allá. Yo notaba que Mercedes me miraba con ojos deseosos, lo cual ya era, ¿no creen?, un gran motivo para lanzarme y ver qué pasaba. Pues no, los siete años que este vergonzoso bigardo le sacaba a aquella adolescente de personalidad marcada e, insisto, piernas y labios enloquecedores no eran suficientes para darme seguridad y hacerle saber lo mucho que me gustaba.
Tenía pensado que en el carnaval de 1958 cambiaran las cosas. Allí, en el anonimato de las máscaras y los disfraces, mi timidez hacia Mercedes encontraría un buen refugio y me lanzaría a bailar con ella. En el momento que menos se esperara, la besaría y rápidamente me quitaría la máscara. En ese momento cruzaría los dedos para que mi suposición de que estaba colada por mí fuera cierta. Como estoy seguro de que sí (no podía haberme equivocado respecto a sus miradas), nos iríamos al jardín del club donde se celebraba el baile y allí seguiríamos besándonos, añadiendo esta vez palabras bonitas y lo que hiciera falta. Era todo bastante perfecto en mi cabeza.
Cuando ella llegó al baile con sus hermanos, me puse más nervioso de lo que ya estaba, al ver la belleza que me llegaba disfrazada de Cleopatra y pensar que aquella noche tenía que ser la noche, sin más. No había excusas para dejar de hacer todo lo que había planeado. Así que, cuando vi el momento, separé a Cleopatra-Mercedes de los brazos de un marqués que, además, estaba acercando su cuerpo demasiado peligrosamente al de su bella acompañante con claras intenciones, y comencé a bailar con ella. Sonaba una rumba cuando tomé la decisión del gran beso y en ese desgraciado momento llegó un cacique piel roja que hizo exactamente lo mismo que yo le había hecho minutos antes al marqués. Me quedé paralizado por la confusión y no vi la forma de reaccionar. Me retiré a un banco del local y me quedé allí mirando cómo se movían al ritmo de rumbas y boleros, y retorcidos por las notas del rock and roll. Era tal mi turbación que solo minutos después caí en la cuenta de que aquel descarado piel roja era mi amigo Renato, con el cual había llegado yo al baile en compañía de otros amigos; pero esa percatación se presentó cuando ya los vi salir al jardín, cogidos de la mano. Mi estado anterior de confusión se transformó en un enfado notable hacia Renato y hacia mí mismo. Aquel sabía que la persona que se escondía debajo del chimpancé era yo (no había más en todo el baile), pero yo no había hecho nada por evitar que me arrebatara a Mercedes. Fue una noche para mí en la que, si no parecía que se iba a acabar el mundo, poco le faltaba, porque aquella adolescente con carácter me gustaba, tanto como para que quizá se hubiera casado conmigo en lugar de con el cacique ladrón de Renato.

domingo, 26 de enero de 2020

CLEOPATRA


-       
          -  Escucha, Renato- le digo mientras termino de pintarle de rojo la cara-. Trata de hablar poco. Y, si lo haces, pon la voz grave, como yo la tengo.
-          
-     - Así te parece bien, Juanjo- dice Renato copiando mi voz como el mejor imitador.

-          - Perfecto. Hasta mi madre creería estar hablando con su propio hijo. Y, recuerda, llámala por su nombre: Mercedes. Nada de “linda”, ni “chiquilina”, ni cursiladas de esas- cojo el tocado indio de plumas y se lo pongo-. Ella sabe que siempre la llamo por su nombre de pila.

Renato me mira dudando del plan. Yo, inmediatamente, le cojo por los hombros y le miro de frente.
-        
-        - Confía en mí. Estoy seguro de que ella siempre ha sentido algo por mí. Ya has visto cómo nos reímos siempre, cuánto conversamos, cómo me mira. Siempre busca que nuestras manos se toquen.

-         -  Entonces, amigo, ¿por qué no vas y te declaras tú?

-        -   No. No puedo. No me atrevo- le digo girándome y mirando por uno de los ventanales que dan al jardín-. ¿Y si para ella solo fuese el amigo de su hermano? ¿Y si para ella solo fuese un viejo señor al que, quizá admira, pero no desea?

-         -  Pero acabas de decirme que ella…

-        -  Da igual lo que yo diga- interrumpo a Renato -. Un hombre enamorado no ve la realidad porque mira con la fe ciega del corazón. Si me rechazase, si le mostrase mis sentimientos y ella saliera corriendo, no podría volver a mirarla a los ojos. Y antes que eso, prefiero la muerte. Por eso necesito que me hagas este favor.

Los invitados  recorren curiosos el jardín, con ese derecho a observar y ser observados que solo un disfraz otorga bajo el anonimato de las máscaras. Renato apoya la mano en mi hombro. Me giro cara a él.

-        -  De acuerdo, Juanjo- me dice recuperando la confianza-. Esta noche bailaré con ella, le diré su nombre al oído, la llevaré al jardín y la besaré.

-          -Y si Mercedes te corresponde en todo, como espero que sea, entonces te quitarás tu plumaje y tus pinturas rojas…

-          -Y ella- continua Renato relatando el plan-, cuando vea que soy yo, se enfadará y…

-          -¡Exacto! Te dará una bofetada, ¡plas! Porque pensaba que el piel roja era yo, Juanjo, su amor platónico. Y entonces apareceré tras los setos, como un héroe, para salvarla de tus obscenas manos y tu falsa máscara.

-         - Y me empujarás y…

-          -Y maldeciré que hayas nacido. Y desearé que te vayas pronto de este mundo por aprovecharte de la inocencia de una niña - digo terminando de peinarle con mis dedos las plumas-. Y Mercedes, entonces,  se lanzará a mis brazos y ya nunca más podrá separarse de mí.


FIN

LA REVANCHA


- ¡La fiesta ha terminado, así que vamos, disuélvanse y váyanse a sus casas! Aquí ya no hay nada que hacer. Está muerto. Estos jóvenes no saben beber. Habrá que esperar al señor juez - dijo el inspector. 


-

"¡Otra vez en el Club!" pensó Ramona con resignación desde la balaustrada sobre el patio que hacía las veces de salón de baile. Estaba enfada; el hecho de ser la más pequeña de las dos no le daba derecho a su hermana a enviarla a espiar a esa niña malcriada.

Ramona era casi huérfana. Su padre había volcado en María las atenciones que no había podido dar a su tísica esposa, que se fue apenas dos años después del nacimiento de Merceditas. Después, se amancebó con la negra Jacinta, una de las sirvientas que a la postre se convirtió en la regenta de la casa y que siempre trató a María como si fuera su propia hija. Las dos se convirtieron con el paso del tiempo en hermanas, aunque solo de un mismo padre; hasta que el cólera ó la cólera de éste (nunca lo supo) se llevó a Jacinta. Entonces Ramona fue perdiendo poco a poco sus escasos privilegios en aquella casa, sobre todo cuando don Celeste se marchó a Argentina a bailar tangos. Gracias a Dios nunca más supimos de él. 

- Esa maldita niña es digna nieta de su abuelo. Todo el día bailando y coqueteando con unos y con otros. Y yo aquí vigilando, disfrazada de Odalisca, como si fuera una esclava de una adolescente inquieta. Tan sólo nos llevamos diez años... ¿qué son diez años, sino un poco de ventaja? Mis pechos son firmes y redondos, y no dos pezoncillos que apenas se adivinan tras la blusa. Y esas desdibujadas caderas de corredor de fondo... Nada que ver con las mías, que hacen tintinear con un leve movimiento la cinta de moneditas que llevo cosida en el pareo. Si tuviera yo unos años menos, te enseñaría a bailar sobre la pista y verías como todas las demás serían invisibles…

Ramona empieza a realizar un baile lento e insinuante al compás de la canción “Dos gardenias” de Machín. 

- Yo también soy una gardenia- dice en voz alta sin percatarse de que hay alguien más detrás de ella. Siente entonces unas manos firmes sujetándole la cintura. Ramona no se gira y sigue contoneándose acoplada a un cuerpo masculino. Al final, se da la vuelta.

- Vaya..¿Quién eres tú, peludo Adonis? -  el joven intenta despojarse de la cabeza del disfraz, pero Ramona se lo impide - Mejor no saberlo - dice en voz alta, mientras el joven primate empieza a manosearle con premura por debajo de la blusa. La música continúa con la misma cadencia que aquellas manos inquietas e inexpertas y Ramona se abandona. Por una vez no es la modista, sino la propia musa de sus deseos tejidos entre dedales y alfileres. 

Unos gritos, unos lloros. Alguien sube por la escalera atropelladamente. Escucha su nombre y se vuelve mientras su acompañante sigue buscando un último trozo sin acariciar en aquella piel de ébano. Frente a ella está su reina, Cleopatra; su rostro surcado por lágrimas de negro rímel. Ha dejado de llorar de golpe y se ha quedado quieta y pálida como estatua de piedra.

- ¡Tía! ¿Qué estás haciendo? ¿No te da vergüenza?
- No de veras mi niñita, yo no he hecho nada, solo le estaba pidiendo a este chicho que me abrochara el botón de detrás de la camisa. Ramona se recompone el atuendo y empuja al joven. La decapitada cabeza de mono reposa sobre el suelo.
- ¿Juanjo? ¡Se lo diré a mamá, maldita zorra! ¿Y tú, so asqueroso, que estabas haciendo con esa vieja?
- ¿Vieja yo? Pendeja enana endemoniada. ¿Acaso crees que no te he visto restregarte entre los brazos de Renato? Eres como tu madre, altiva y sin escrúpulos. Dando esperanzas a ese pobre chico del que siempre echabas pestes... Pues ya ves, esta viejita todavía tiene su encanto- Ramona agarra de la mano a Juanjo. 
- ¡Suéltalo maldita hechicera, y déjalo libre de tu embrujo! - grita Merceditas empujando a Juanjo contra la balaustrada. Éste, trastabillado, pierde el equilibrio y se precipita sobre la fuente repleta de ponche en la mesa del patio.

Las dos se asoman. Aquel simio con cabeza humana reposa en una posición extraña sobre el suelo. Sus jugos se entremezclan con el alcohol del ponche y se licúan, aún mas rojos, por el desagüe del centro del patio. La música ha cesado.
- ¡Se lo ha buscado el muy cerdo! 
Sí Merceditas, pero vámonos ya a casa que empieza a refrescar. 
- Vale tía, pero antes ¿puedo despedirme de Renato?- El pequeño áspid de plástico sonríe en el cuello de Cleoplatra.

miércoles, 22 de enero de 2020

METAMORFOSIS


Comprueba que su aspecto es impecable en su reflejo sobre los cristales de las puertas del juzgado. Posee una elegancia natural, por lo que luce de manera espectacular esa ropa lujosa de marca que acostumbra a vestir. Es un hombre atractivo que no pasa desapercibido. Al entrar, reparte saludos afectuosos a todos los que se cruzan con él. Deja una estela de sonrisas hasta llegar a su despacho mientras un halo de su perfume lo invade todo.
—¡Buenos días, Manuel! ¿Qué tal se encuentra su mujer? —le pregunta al Guardia Civil que controla el acceso.
—Mucho mejor, señor. Parece que ya ha pasado lo peor. Muchísimas gracias.
—Me alegro.
Desde hace diez años, Marcos es juez de lo Penal. Los funcionarios le adoran. Se ha ganado el respeto tanto de abogados como de fiscales. Siempre imparte justicia con equidad. Nadie duda de su valía profesional ni de su calidad humana.
—¡Lourdes, buenos días! A ver si con un poco de suerte tenemos una mañana tranquila. —comenta con la secretaria del juzgado al llegar.
—¡Eso espero, señoría! Últimamente llevamos un ritmo de trabajo frenético.
—Tienes razón. Hace tiempo que no nos dan un respiro. Menos mal, que este equipo funciona a la perfección y los resultados son excelentes.
            Al finalizar su dura jornada, le gusta comer en su restaurante favorito. El chef conoce sus gustos y siempre es bien recibido. Se deleita con platos exquisitos que le hacen olvidar los terribles casos que lleva entre manos. Después, al llegar a casa, se relaja un rato con una copa en la mano y escucha sus óperas preferidas.
            Siempre se lleva trabajo a casa. Necesita estudiar bien las pruebas documentales y las testificales. Debe asegurarse de que no se le escapa ningún detalle, antes de dictar sentencia. A pesar de todo lo que han visto sus ojos, hay casos con los que se estremece. Le resulta muy difícil soportar tanta crueldad. Toma una copa tras otra hasta perder la noción del tiempo y, a veces, el conocimiento.
            La mayoría de las noches, cuando despierta, no sabe dónde ha estado ni lo que ha hecho, pero hoy, se asusta al ver sus manos ensangrentadas.
—¡Madre mía! ¿Qué es esto? —se pregunta—. Si no estoy herido, ¿de quién es esta sangre?
            Corre a lavarse al cuarto de baño. Al encender la luz, suelta un alarido. Tiene la cara llena de salpicaduras de sangre.
—¡Dios mío! ¿Qué he hecho?
            Temblando de miedo y lleno de estupor, se despoja de la ropa y se mete bajo la ducha. Deja que el agua caliente purifique su cuerpo durante un buen rato. Ve deslizarse un reguero rojo serpenteando por la bañera hasta alcanzar el desagüe.
            Cuando recupera la calma, se pone el albornoz y se deja caer sobre la cama. No puede dejar de pensar en lo sucedido y no lo comprende. Revisa las notificaciones de su móvil, una a una. No hay nada. Está a punto de dejar su teléfono, cuando descubre en la galería un vídeo que no recuerda haber grabado.
            Al visionarlo, aparece una calle solitaria y una mujer que huye. El que la persigue acelera sus pasos hasta darle alcance. Rodea su cuello con un brazo y aprieta hasta dejarla inconsciente. No deja de grabar mientras la arrastra a la oscuridad de un callejón. Marcos, mira la pantalla horrorizado. La mujer permanece desvanecida en el suelo. Su agresor se abalanza sobre ella, la desnuda y la viola sin piedad.
            De repente, destella la luna sobre la hoja de una navaja. Marcos, grita que se detenga, pero no sirve de nada. Ve cómo salpica la sangre el objetivo cuando el agresor le raja la garganta. Luego, escucha un gemido animal, como de placer. Poco a poco, aparece su rostro frente a sus ojos. Del susto, Marcos da un respingo, suelta el teléfono y se derrumba sobre el suelo.
            Es noche cerrada y apenas hay unas pinceladas de luz, pero le parece reconocer al agresor al escuchar su voz cuando dice: Y ahora, ¿Qué me vas a hacer?
No puede creer lo que ve.
—¡Es imposible! ¡Debe de ser un error! —grita tapándose el rostro— Insiste en que, aunque aquella parezca su cara, él no tiene esa mirada cruel.

Parado de larga duración


Le conocí una mañana laborable y soleada de mayo, tomando el sol y bebiéndome una cañita bien fría, mientras leía  los correos electrónicos y actualizaba mi perfil de LinkedIn en la terraza del bar que hay en un parque cercano. Llevaba ya seis meses parado y hacía uno que había decidido cambiar la angustia culpable de mi despacho por un ambiente más amable y relajado.
-¿Por qué no estás trabajando?
Aparté la vista de la tablet y me encontré al autor de tan certera como impertinente pregunta. Un niño de unos 10 años, moreno y guapo, vestido con un estilo peculiar, no sé, quizás un poco alternativo. También tenía cierto acento que no supe identificar. Me miraba con tal tranquilidad y desparpajo, que parecía casi normal que pudiera dirigirse a un adulto desconocido para  preguntarle una cosa tan delicada.
- No estoy trabajando porque no tengo trabajo. ¿Cómo te llamas?
En otro contexto me habría desahogado contando la cadena de desafortunadas razones personales y socieconómicas que me habían llevado a esa situación pero, visto el interlocutor, opté esa respuesta más clara y simple.
- No eres tan viejo como para no tener trabajo, me contestó
No sabía si tomármelo como un halago o como un reproche; su tono era totalmente sereno, fruto de la curiosidad más inocente. En cualquier caso, decidí contraatacar.
- Y tú, ¿por qué no estás en el colegio? ¿Está tu madre por aquí?
Los parques en los días laborables son un ecosistema curioso, desconocido para las personas que nos hemos pasado todas las mañanas de nuestra vida trabajando en asuntos importantes. Lo descubrí al poco de quedarme sin trabajo. Hay gente que pasea, adolescentes que se escapan del instituto, jóvenes que se besan, madres que charlan en las terrazas a la espera de la salida del colegio, abuelos que toman el sol, indigentes y gente ociosa como yo.
- En la ciudad donde vivía, los adultos como tú trabajan a todas horas porque quieren ganar mucho dinero. ¿Tú no necesitas dinero?
No lo había pensado hasta ese momento, pero la verdad es que no, no necesitaba dinero. Para nada. Entre los ahorros de más de veinticinco años ganando un buen sueldo y la indemnización del despido, tenía de sobra para llevar una vida tranquila. Mis hijos ya se habían marchado de casa, y llevaba más de 5 años divorciado.
La conversación duró algo más, aquel niño preguntaba e, increíblemente, yo le iba respondiendo. En cambio, yo no conseguí sacarle ninguna respuesta: no sabía ni cómo se llamaba, de dónde venía o cuáles de las personas que veía sentadas en las terrazas eran sus padres.
Le seguí viendo durante unos quince días más o menos. Cuando yo bajaba al bar, él ya estaba pululando de aquí para allá y hablando con la gente. Le vi charlando con Lian, la camarera china del bar, con el jardinero que viene a cortar el césped, con los barrenderos que recogen las hojas caídas. También con las cajeras del supermercado cercano que se acercan a almorzar al parque. Con todos entablaba conversación. Lo miraban primero con sorpresa, luego con simpatía y, finalmente, con el gesto pensativo del que acaba de descubrir algo tan fundamental como evidente. A veces se acercaba a mi mesa a preguntar por alguna cuestión que no le había quedado clara.
- Lian dice que gana poco dinero en el bar porque vienen vagos como tú que no consumen más que una cerveza en toda la mañana. ¿no te gustan las tapas de este bar?
Y otros temas tan incómodos como importantes.
Un día dejó de venir. Simplemente no apareció más por el parque. Al cabo de una semana le pregunté a Lian si sabía algo de él, al tiempo que le pedía una de bravas. Su español es mejorable, pero entendí que era el hijo de uno jipis que estaban de paso y hacían juegos malabares en un semáforo cercano. No lo sé, la verdad es que nunca llegué a ver los malabaristas. Y tampoco volví a charlar con aquel niño que sabía hacer las preguntas adecuadas, pero que nunca respondió a ninguna de las mías.


El famoso

El famoso

Baldo  estaba en sus veintitantos. su nombre completo ers Baldomero, una de las muchas cosas que nunca perdonaría a su padre. esto le había costado bastantes humillaciones en el colegio, tanto de compañeros como de profesores. por eso lo había acortado a Baldo, que al final había resultado ser un nombre artístico bastante eficaz, aunque siempre había gente que se empeñaba en cambiar la B por una W, que le hacía parecer como mínimo caribeño. 
Era un profesional de la imagen, vivía de participar en programas de TV t de exclusivas que vendía a revistas del corazón. Pero su pasión eran las mujeres,. no solo de su edad, en varias ocasiones había empezado ligándose a alguna joven y había acabado acostándose con su madre también. Gracias a la TV tenía el gancho necesario para hacerlo, era un “famosete”. sus contactos en la prensa rosa le proporcionaba su modo de vida. Si alguna famosa tenía la desgracia de salir con él, una llamada oportuna a algún fotógrafo hacía que se los encontrara en las terrazas de moda de Madrid. 
Sus otras fuentes de ingresos eran sus padres. Se habían separado cuando él tenía 12 años, y él sabía explotar la mala conciencia que tenían por ello para sacarles dinero, o el último modelo de coche deportivo. todo ello le permitía llevar un tren de vida importante, pegarse grandes comilonas en los mejores restaurantes, y tomarse botellas de champán en la terraza del Ramses, enfrente de la puerta de Alcalá, el sitio para ver y ser visto por sus futuras víctimas. 
Una vez su amigo Pedro me contó que Baldo llevaba un registro pormenorizado de todas las mujeres con las que se había acostado, clasificadas por su país de origen. de algunos países, más de mil. de la mayoría unos cuantos cientos. le gustaba el sexo, pero tanto Pedro como yo sospechábamos que el verdadero motivo estaba en presumir delante de sus amigos de aquella lista, donde había hijas y mujeres de políticos, financieros, aristócratas, y alguna perteneciente a familias reales.
ya había conseguido hacer saltar alguna alarma en el CNI, y uno de sus dosieres estaba en manos del gobierno por si podía representar un peligro para la seguridad nacional.
pero lo suyo era puramente lúdico, se trataba de engrosar su cuaderno de bitácora con más nombres y a la vez poder comer y beber en los mejores sitios de la capital, de sus ingresos o a costa de sus parejas. tenía un apetito voraz en todos los sentidos, y solo le satisfacían el mejor marisco, los mejores vinos y los mejores pedigrí en  su lista.

Nunca había mantenido una relación duradera con ninguna mujer, aunque un par de sus conquistas estuvieron a punto de hacerle caer en compromisos más serios. el pensaba que a causa de eso se había llegado a jugar la vida por romper su  idea de no comprometerse nunca. Varios maridos y padres influyentes había intentado darle un susto, contratando en un par de ocasiones s sicarios que estuvieron a punto de pillarle para estropearle el físico de una buena paliza. Escapaba siempre por los pelos, pero todo eso no le hacía refrenarse de ninguna forma, como mucho , le convencía aún más que sólo debía hacer lo que hacía por el placer de hacerlo, sin entrar nunca en una relación estable. Al fin y al cabo, no podía saber cuanto duraría su suerte y su atractivo para ganarse la vida disfrutando.

ARQUETIPO ACTUALIZADO

ARQUETIPO ACTUALIZADO



Llevábamos demasiado tiempo trabajando demasiadas horas al día, pero para nuestro jefe nunca era demasiado. En aquella maldita oficina las jornadas casi siempre superaban ampliamente las ocho horas y la presión a la que nos sometía aquel miserable era en muchas ocasiones cercana a lo insoportable. Todos estábamos hartos pero nadie había cogido nunca ese hartazgo y le había dado forma de “me voy de aquí...ahí te quedas, exjefe de mierda”. La situación económica general era bastante mala y los diez trabajadores medio esclavizados entre aquellas cuatro paredes teníamos familia, o bien hipoteca o bien las dos cosas; todos sin excepción. Se hacía difícil tomar la decisión de marcharse.
El despacho de nuestro jefe estaba pegado al espacio donde trabajábamos los demás. Aquel viernes a las 8 de la tarde vi cómo asomaba su gorda cabeza por la puerta y llamaba a Esperanza para que entrara a hablar con él. Ella era una mujer de fuerte carácter y seguramente de las menos pusilánimes de aquella oficina, lo cual de todos modos no le había hecho adoptar una postura distinta al resto. Hasta aquel viernes a las 8 de la tarde. Cuando salió del despacho de nuestro jefe, su enfado era mucho más que evidente. Desconozco qué le había dicho, nunca nos lo reveló, pero no quiso esperarse al lunes para pedirnos a todos que dejáramos un momento lo que estábamos haciendo y fuéramos a hablar con ella a su mesa. Aquello estaba durando más tiempo de lo humanamente aceptable y quería saber si estábamos dispuestos a apoyarla en lo que pensaba acometer.
- ¿Peró qué piensas hacer? -preguntó Joan, el responsable de compras.
- Acabar con la tiranía de este individuo -respondió Esperanza.
Las caras de desconfianza y de incredulidad que mostrábamos a Esperanza seguían estando ahí, así que esta, pegando un pequeño golpe en la mesa y con una voz baja pero muy rotunda sentenció:
- Tenemos que ser valientes, ¡joder! Si no estáis conmigo, esto no funcionará.
- ¿Pero qué tienes en mente? -pregunté.
- Nada del otro mundo. Denunciarlo. Algo que deberíamos haber hecho ya hace mucho tiempo -me respondió ella.
El lunes por la mañana, Esperanza no vino a la oficina. Tampoco al día siguiente. El miércoles llegó su denuncia al despacho. Se la estaba jugando doblemente: no solo por denunciarlo sino por no acudir al trabajo.
El jueves Esperanza sí vino y, naturalmente, el jefe le profirió un arsenal de insultos e improperios muy lamentables. Pero ella no se amilanó y le respondió con la misma contundencia y en un tono de voz que jamás le había oído. Entre insulto e insulto a aquel miserable, se dirigía a nosotros para que nos enfrentáramos también a él, para que le echáramos a la cara todas las lindezas que nos habíamos guardado desde hacía tanto tiempo. No sé qué escondido carisma consiguió transmitir, pero el caso es que uno a uno nos fuimos levantando de nuestros asientos. Con una seguridad creciente nos acercábamos a él y lo íbamos obligando a ir hacia atrás con nuestras palabras y nuestros pasos, hasta que esa gorda cabeza topó con la pared que separaba su despacho del resto de la oficina. Y Esperanza estaba allí con nosotros, participando de aquel acorralamiento. De repente alzó la voz y nos mandó callar, a lo cual obedecimos. Se colocó entre nosotros y aquel hombre que sudaba y temblaba, totalmente sorprendido y sobrepasado por unas circunstancias que nunca habría esperado, y nos dijo:
- Hoy aquí no ha pasado nada. Ha sido un día de trabajo como otro cualquiera. Nadie más que nosotros sabe que ha sido así. Y os pido vehementemente que en los próximos días formuléis una denuncia conjunta contra este tío. La mía sola puede que no tenga éxito, pero si todos lo hacemos, estoy segura que conseguiremos mejores condiciones de trabajo. O eso, o marcharnos de este sitio asqueroso. Pero si lo hacéis, por favor, hacedme caso y denunciad a este tío para que no crea que el despotismo es gratis.
Y aquí estamos, escuchando a Esperanza. Por las caras de creciente entusiasmo que veo en mis compañeros, intuyo que estamos en la primera revolución, que será difícil pero necesaria, en la historia de esta oficina.

domingo, 19 de enero de 2020

Altura


Notó como el aire sacudía su rostro, casi deformándolo. La sensación era irreal, por un momento pensó que lo iba a conseguir, pero el suelo se aproximaba a gran velocidad. No era verdad aquello de que toda tu vida pasa por delante en tan sólo unos segundos y eso que él aún era joven…Demasiado joven. Al final, iba tener que arrepentirse de haberse quitado el arnés.

-¡Ahhhh!- gritó una mujer al ver caer a un hombre desde el andamio del rascacielos. Aquel pequeño muñeco aleteaba con los brazos como si pudiera librarse de su inevitable encuentro con la acera. Rebotó sobre el toldo que protegía el zaguán y su cuerpo reventó los cristales de una limusina cuyo techo había amortiguado el mortal impacto. Un hombre negro cargado de anillos dorados abrió precipitadamente la puerta trasera del maltrecho automóvil 
- Parece que no respira- le dijo al chófer - ¡Llama a una ambulancia!

-¡Menudo ejemplar!- exclamó el sanitario mientras colocaba las palas de reanimación en el tremendo pecho de aquel individuo, aplicándole una descarga. El monitor cardíaco dibujó el principio de una cordillera en la triste línea plana que había recorrido la pantalla durante varios segundos - ¡Lo tenemos!

Tarsicio descansaba en el interior de aquella blanca habitación. Podía oír, pero no podía articular palabra. 
-¿Estoy muerto? pensó durante unos segundos. Salió de dudas al escuchar las voces de las mujeres que estaban junto a él. Intentó moverse pero no pudo. Intentó abrir los ojos y tampoco. Entonces intentó recordar. 

No conoció a su padre y su madre había muerto cuando apenas tenía dos años. No obstante tuvo doce madres más, en un casa con doce habitaciones. Las doce profesoras le habían dado una perspectiva de la vida distinta a la de los demás niños. Intentaron mantenerlo a salvo de las iras de Julio, el chulo repleto de tatuajes que regentaba la casa y les robaba el dinero; aunque, no obstante en varias ocasiones Tarsicio había sentido en su carne los golpes que éste propinaba a las chicas. ¡Nos espanta la clientela! gritaba constantemente.  Intentaron pagarle el instituto, pero Tarsicio les convenció, tras la primera evaluación, de que era mejor que invirtieran su dinero pagándole el gimnasio. ¡Ah sí!   Aquel bendito gimnasio le había regalado unos increíbles músculos con los que,  después de alcanzada la pubertad, había desfigurado el rostro de aquel imbécil y dejado su cuerpo inerte en un contenedor cercano. La vida había sido entonces mucho mejor para todas y sobre todo para él. 

La primera vez que la vio fue a través de la pequeña mirilla oculta en pared de una de las habitaciones por la que a veces le dejaban mirar y que él utilizaba -demasiado a menudo- con la excusa de protegerlas. Era una chica nueva, del Este, que alquilaba una de las habitaciones donde ofrecía sus servicios para pagarse los estudios.  Olga era distinta, más bella y refinada. No pudo evitar entrar en la habitación cuando su esporádico amante la insultó y golpeó al negarse aquélla a realizar algo que él le pedía con insistencia. Lo sacó a rastras y lo tiró a la calle sin darle tiempo siquiera a ponerse los pantalones. Tarsicio volvió a la la habitación y consoló a Olga. A Olga le agradó y cómo su  consuelo. Tarsicio era básico, pero  quizás pueda pulirlo, pensó.

Tarsicio no se dejó pulir. Cuando Olga terminó los estudios su mundo  se transformó en  un carrusel de números y relaciones sociales demasiado complicado. 

Se instalaron en las afueras en una granja en pleno bosque  donde Tarsicio en sus ratos libres  adiestraba y cuidaba  perros abandonados. Tarsicio podía escuchar su mirada triste y chantajista, como diciendo ¿me vas a dejar aquí con el frío qué hace? ¡Vamos llévame a casa de una vez! No podía resistirse a la amistad desprendida de los canes y estos le seguían y obedecían  como a su macho alfa.  Olga siempre lo reñía cuando traía uno más a casa. 

El trabajo de limpiacristales le permitía permanecer  en las alturas sobre una  estrecha tablazón de madera y disfrutaba realmente, como en un gran columpio mecido por el viento entre los arbóreos rascacielos. Allí la atmósfera era límpida y el silencio pitaba en los oídos Se sentía fuerte, casi un Dios capaz de volar.  Limpiar cristales era como purificar el alma, y  a través de ellos podía ver en cada ventana, en cada habitación, la realidad de un mundo del que no formaba parte;  prefería la inseguridad de su andamio. 

- ¿Cuándo vas a dejar de subirte a esos malditos andamios? No nos hace falta y es peligroso, le recriminaba Olga al llegar a casa. Lo peligroso es vivir en el suelo, le respondía este, bromeando. 

Por fin abrió los ojos. Olga reposaba su cabeza sobre  la bata que cubría su torso, como intentando retener los últimos latidos de su corazón. Tarsicio levantó la mano repleta de cables y acarició su pelo. Ella rompió a llorar.¿Porqué  no llevabas el arnés puesto,  en qué diablos estabas pensando?  En el hilo musical resonaba la canción de Rosalía “Con altura”…

- Me gustó volar, respondió Tarsicio.

jueves, 16 de enero de 2020

Iceberg en el desierto


En el desierto de Namibia las mañanas eran frías.  Owako salió al exterior de su choza. El  sol apenas había comenzado a calentar la arena y empezaba a teñir de rojo las redondas montañas que circundaban la aldea. El rojo era el color predominante de su vida, el rojo de las arcillosas chozas, el rojo de sus vestiduras, el rojo del barro con el que protegían su piel casi rojiza de aquel sol anaranjado y casi rojo, el rojo de la sangre con el que a veces se alimentaban. 
Ligero, tanto como su desayuno a base de harina de maíz y leche, se reunió con los otros jóvenes dirigiéndose hacia la carretera que distaba apenas unos kilómetros. Iban descalzos y reían. Owako, el mayor y más fornido de todos ellos corría a la cabeza con los demás chicos. Ellas, detrás, trotaban ordenadas riendo y gritando, dando palmadas y gritos de ánimo. Mamba se alegró al ver levantar a Owako los brazos en señal de triunfo. 
Una estampida de polvo se dirigió hacia ellos. Se colocaron en dos filas, cada una a un lado del camino. En una  Mamba y las demás chicas entonaban cortas estrofas y en el otro Owako y el resto de los muchachos respondían con otras diferentes formando un alegre coro acompasando. 
Como un fantasma diluido entre los vapores del calor que emanaba de la tierra hizo su aparición el brillante autobús amarillo.  Conducía despacio sorteando a duras penas los baches del camino. Tocó el claxon al pasar y Owako y los demás jóvenes gritaron de entusiasmo y júbilo. Lejos un elefante los observaba indiferente. 
En el interior del autobús iban de camino a la escuela los hijos de los trabajadores de la refinería. Algunos tenían el pelo del color del oro, como las alhajas que adornaban el cuello de la madre de Owako. Sus camisas eran casi tan blancas como su piel y  con sus delicadas manos devolvían alborozados los saludos mientras en el pasillo una mujer joven los obligada a permanecer sentados.  Owako y los demás chicos persiguieron un trecho el autobús mientras observaban las rechonchas caritas apiladas aplastándose contra la  ventana trasera del vehículo. Después se perdieron de vista. 
El calor era insoportable y el grupo se dirigió a la playa. Allí las montañas y la arena eran blancas, casi níveas en contraste con el color rojizo del desierto. La arena, lamida por un agua espumosa, abría un paisaje infinito de calcáreos esqueletos de mamíferos marinos;  cráneos y huesos de diferentes formas y tamaños, junto a los también oxidados restos de viejos barcos varados por las frecuentes tormentas que azotaban aquella costa.
Desprendidos de su escaso ropaje, entre empujones y salpicaduras, gritos y risas,  se metieron en las frías aguas del Atlántico. Trepaban con facilidad por las oxidadas estructuras de algunos de los barcos semihundidos y se lanzaban al agua desde sus peligrosos salientes metálicos. Exhaustos y para protegerse del hiriente sol del mediodía buscaron cobijo bajo las enormes costillas de una ballena que habían cubierto de con ramas y plásticos de diferentes formas y colores. Tras un leve sueño Owako miró a  Mamba. Ambos sonrieron.  Incorporados se cogieron de la mano y desaparecieron tras las dunas. El resto de grupo continuó hasta caer la tarde jugando y buscando pequeños tesoros escondidos en la arena que luego utilizarían para transportar agua o impermeabilizar los techos de sus chozas. 
De regreso al poblado la nube de polvo anticipó de nuevo su llegada. A la luz del atardecer el autobús ya no brillaba, los niños en su interior ya no eran tan blancos, sus camisas  estaban sucias y estos apoyaban sus  dormidos mofletes en las ventanillas. Ninguno pudo percatarse de los cantos y carreras que les despedían.

INTERFERENCIAS



María se levanta de la cama cuando suena el despertador de Manuel, el vecino de arriba. La acompaña en la cocina con sus toses matutinas y sus pisadas rápidas mientras se prepara el café. Ella no tiene prisa. Se embelesa dando vueltas a la cucharilla. Ese sonido se convierte en un mantra que hace aflorar sus recuerdos. El llanto de Marcos, el bebé de al lado, rompe la magia de ese momento y la devuelve a la realidad. Los niños del edificio son como sus nietos. Le gustan sus risas y sus juegos. Crecen demasiado deprisa.
Sin embargo, los ladridos de Rex, el perro del primero, la ponen muy nerviosa. Es demasiado grande para estar encerrado en el piso. Su querida Tula sí que era de una raza pequeña y cariñosa. No se apartaba de su lado ni de día ni de noche. Mantenían largas conversaciones. Se entendían con solo mirarse. Apenas le daba trabajo. Envejecieron juntas.
Después de ducharse, prepara la comida. Así, cuando le entra hambre, come y ya tiene toda la tarde libre para ver la televisión o leer un rato. De vez en cuando, echa una cabezadita. Por la noche, ya no duerme tan bien como antes. El mínimo ruido la despierta y ya no puede volver a coger el sueño. Aunque, no se queda tranquila hasta que todos sus vecinos regresan a casa y cierran la puerta.
En sus días no hay sorpresas, su teléfono hace mucho tiempo que no suena y su buzón siempre permanece vacío.

CARCOMA- RELATO ICEBERG-CARMEN TORRECILLA


CARCOMA

Carmen  Torrecilla  Moreno


La carcoma común es una plaga, cuando son larvas, excavan galerías dentro de la madera y al crecer se transforman en coleópteros que buscan un orificio para poder salir. Depositan sus huevos en cualquier grieta y así se extiende la plaga. Cuando los huevos eclosionan, las larvas recién estrenadas se meten dentro de la madera para seguir royendo el interior y vuelta a empezar, el ciclo de la vida o el ciclo de la muerte en este bucle sin sentido que es su vida. Comer madera, cagar madera, salir, cagar huevos y vuelta, comer madera, cagar madera…el día de la marmota, el día de la carcoma.
La madera noble no se infesta por la carcoma. La enfermedad de la madera suele afectar a las variedades más blandas, débiles y humildes, atacando a maderas modestas y más pobres.
El tratamiento de la carcoma es a largo plazo. Además, hay veces que la carcoma muestra cierta tolerancia a los tratamientos y hay que atacarla con tratamientos más fuertes como la congelación. Sin embargo, el tratamiento más habitual es el que usa una jeringuilla para inyectar en cada zona afectada una cantidad de un líquido especifico o incluso gasoil o cualquier derivado del petróleo que al parecer envenena al bichito y deja debilitado al mueble.



Bacalao con alcachofas


Hola María, ¡qué sorpresa! No te esperaba, pensaba que estarías trabajando. Ah, que te ha llamado Antonia y te has tomado la mañana libre. No tenías que haberte preocupado, estoy bien, de verdad. No, que no ha sido nada, una caída tonta; casi no me duele. No hacía falta que vinieses, pero me alegro mucho de que estés aquí. Entra y pasamos un rato juntas. Nos vemos tan poco…
Pasa a la cocina, estoy preparando bacalao con alcachofas. A Juan le encanta y verás que sorpresa se lleva cuando vuelva a casa. ¿te acuerdas cómo nos gustaba cuando lo preparaba mamá de niñas? Mira, ya lo he rebozado y frito, y ahora iba a pochar la cebolla. ¿Que nunca nos gustó el bacalao?, ¿que era a papá al que le gustaba? Bueno, hija, no lo recuerdo bien, hace ya tanto tiempo. No a Pepe y a Juanito tampoco, pero ellos comen en el colegio. Venga, prepara ese café, el azúcar está en ese armario. No esas cápsulas no, que son las de Juan; las otras. Chica, a mí me están igual de buenas y son mucho más baratas.
Vale, si quieres ayúdame a cortar las patatas mientras yo acabo de preparar las alcachofas. Las pelas y las cortas en rodajas gordas, de más de un dedo. ¿Cómo está Miriam? ¡De Erasmus en Helsinki! ¡Qué lejos! Vaya hijos listos que has tenido, qué suerte. Bueno tan listos como tú. Siempre he dicho que mi hermana mayor es una lumbrera….No, ¡qué va!, yo no , ya sabes que no . A veces me arrepiento de no haber estudiado, pero me casé tan pronto… Necesitaba salir de casa, qué te voy a contar que no sepas. Tú siempre fuiste mucho más valiente y has sabido afrontar los problemas, en cambio yo… Además, sabes que no se me da bien, Juan siempre me dice que soy un poco lenta para las cuentas. Para las cuentas y para muchas cosas, pero, bueno, para lo que hago...
La cebolla ya está, la pongo en la olla y a cocerla ahora con las alcachofas y las patatas. Dame dos huevos que los cueza al mismo tiempo para que se pongan duros. Eso es, le voy a echar un poco más de sal y colorante. Y laurel.
Vamos al comedor y mientras aprovecho para planchar unas cuantas cosas o Juan no tendrá camisa para ponerse mañana.! ¡Qué guapa estás María!, nadie diría que tienes casi cinco años más que yo, tan delgada y elegante. Yo me estoy poniendo enorme. Tengo que cuidarme un poco más. Que no, que no me importa planchar, de verdad, que estoy bien.
¿Puedes sacar los huevos? Ya estarán cocidos. Yo acabo de planchar enseguida. Solo lo urgente.
¿Que te recuerdo a mamá? Sí, en esa foto nos parecemos bastante, es verdad, pero solo en lo físico, eh.  No, María, Juan no se parece en nada a papá. No me digas eso. Juan es un buen hombre y me quiere, a su manera. Además, es generoso. No me puso ningún problema cuando mamá se tuvo que venir a vivir con nosotros. Tres años inválida hasta que murió. Y Juan nunca se quejó. Ni una vez. Que no, que no te estoy echando nada en cara. Tú estabas ocupada preparando tu cátedra y esas cosas y yo soy solo un ama de casa. Siempre estuve muy orgullosa de que llegaras tan lejos. Pero te digo que Juan no es como piensas, sólo está pasando una mala racha y está nervioso. Si lo despiden, dónde encontrará otro trabajo, a su edad. Oye, no insistas, vamos a cambiar de tema, cada uno tiene sus cosas. Por lo menos yo estoy segura de que no me va a dejar por una alumna de 20 años…
Perdóname María, no sé por qué te he dicho eso. No lo pienso, de verdad, a veces hablo sin pensar, Juan siempre lo dice. Ya sabes que yo te apoyé siempre. Miguel era un auténtico capullo, un estirado creído. Venga, para una vez que vienes no nos vamos a enfadar, dame un abrazo, que soy tonta.
Recojo esto y vamos a la cocina, que ya estarán cocidas las patatas y las alcachofas. Sí, perfecto. Ahora coloco el bacalao en una cazuela de barro. Sí, esa de arroz al horno me vale. Colocamos con cuidado las patatas y las alcachofas y lo cubrimos con el caldo que ha quedado. ¡Ah! y hay que pelar los huevos y ponerlos por la mitad, así de adorno.
Casi está. Ahora a calentar el horno para tenerlo un rato cociendo antes de comer. El caldo está buenísimo, a Juan le va a encantar. Mira, suena el móvil., me lo he dejado en el comedor.
Es Juan, que ya se ha aclarado todo y vuelve para casa. ¿Te marchas ya? Es una pena que os llevéis tan mal, pero creo es mejor así. Prefiero que Juan esté tranquilo cuando llegue, necesitamos eso, tranquilidad. A veces la gente habla de más y se mete donde no le llaman.  De verdad, no te preocupes, estoy bien. Solo es una mala racha, pero ya pasará y las cosas volverán a ser como antes.
Oye, lo que podríamos hacer es quedar de vez en cuando a desayunar . No nos vemos nunca. Total, sales un rato de la Facultad y desayunamos juntas. A mí me sobra tiempo. Venga, dame un beso, hermana. Me alegro mucho de que hayas venido a verme. Vale, pues quedamos así, espero a que vuelvas del congreso y nos llamamos. Sí, claro, ya me llamas tú.

miércoles, 15 de enero de 2020

rápido como el rayo

Rápido como el rayo.
Entré en el vestuario y me senté en el banco de madera. me puse los pantalones y la camiseta blanca con las raya sroja, amarilla y negra en el pecho. No podía creer que estuviera allí. salí por el túnel para oír como todo el estadio rugía. Intimidaba un poco. El olor de la hierba llegaba hasta el fondo de mi cerebro. me situé en mi puesto y escuché la megafonía, anunciando la prueba. Señoras y señores, los participantes en la final olímpica de los 100 metros lisos son los siguientes. por la calle uno, representando a Alemania, Tony Schwartz. Ese era mi nuevo nombre, en lugar de Tony Black, pero yo no era alemán, el color de mi piel lo decía claramente. me acordé entonces de como empezó todo esto. Era una tarde de domingo sin nada que hacer en el verano de Berlin. llevaba en la ciudad 6 meses, no tenía papeles, y mi mayor preocupación, aparte de qué comer esa noche , era que no me pillara la policía. paseaba por la explanada delante de la puerta de brandeburgo, cuando vi varios coches patrulla en el extremo de la calle, y como salían de ellos ocho o diez policías que venían hacia donde yo estaba. mi instinto, como tantas veces en los últimos messe me gritó corre, corre, corre. así que salí disparado por la avenida Unter den linden en dirección al Alex. corría como si me jugara la vida, no me dí cuenta que un coche grande y negro conducía por la avenida a mi velocidad, hasta que se adelantó unos metros, al pasar delante de la embajada rusa, y alguien salió gritando, primero en alemán y luego en inglés. ¿donde vas a esa velocidad? no te preocupes es imposible que te cojan corriendo tu así. ¡has corrido alguna vez en una competición? ¿te gustaría hacerlo?. me dio ladirección de un centro de entrenamiento en friedrichheim, y me pidió que fuera al dá siguiente. muy temprano estaba allí, me estaba esperando en la puerta. ¡tienes ropa de deporte?. No claro, apenas tengo para comer. Entra en el vestuario, ponte la que hay encima del banco. lo hice, era la mejor ropa y zapatillas que había visto en mi vida. salté a la pista. me puse en la linea de salida de 100 m. me hizo una señal y corrí como si me persiguiera la policía o los esclavistas al cruzar Libia. miró su cronómetro con gesto de incredulidad. ¿Como te llamas? Toni, Toni Black. Vine de Lberia hace 6 meses y no tengo papeles. ¿te gustaría correr para ganarte la vida? No es lo peor que he hecho. está bien, dime donde vives, mañana te iré buscar para hacer el papeleo. A la mañana siguiente apareció por el piso que compartía con otros 8 emigrantes, me llevó a una comisaría cercana. hizo una llamada desde el móvil y a los pocos minutos salieron a tomarme una foto y me hicieron firmar una solicitud. En una hora más tenía en mi mano un pasaporte alemán con mi nuevo nombre. Scwartz en alemán es Black en inglés, es gracioso. me dijo: No creas que ha sido fácil. El ministro de deporte ha tenido que llamar a la canciller que a su vez ha llamado a la ministra de justicia. se espera mucho de tí.Luego me contó que Alemania no había tenido un velocista en la final olímpica desde las olimpiadas del 36. no contaba, por supuesto , a los de la DDR, que iban cargados de todo tipo de drogas. con un poco de técnica en la salida esperaba de mí que bajara de los 10 segundos, y entonces sería un héroe en Alemania, ganaría mucho dinero y podría traerme a mi familia, para los que también conseguiría papeles.

Así que por esto estaba aquí esta mañana. esto no será pan comido, en los campeonatos alemanes había humillado a todos los corredores blancos, pero aquí eran todos como yo, americanos, vanadienses jamaicanos. Me pongo en los tacos de salido , oigo los avisos: preparados, listos, y un estampido que marca el inicio de la carrera. salgo detrás de los otros atletas, corro, corro, corro,  cada vez mas deprisa pienso en mi madre  a mitad de la pista, si gano pronto estará aquí, y la vida será más fácil para toda la familia. empiezo a ver al resto de corredores por el rabillo de mi ojo derecho, cruzo la meta el primero. oigo por megafonía: campeón olímpico, Toni Schawartz, representando a Alemania. no me importa que no suene como mi nombre, ahora lo es. Y soy alemán como el que más.

jueves, 9 de enero de 2020

Inodoro que no indoloro


Bajó a la calle y respiró hondo, buscando el aire nauseabundo que siempre infectaba aquella zona. Estaba harto de perfumes y buenos olores, así que se quedó allí un buen rato con las fosas nasales bien amplias y los ojos muy abiertos, como queriendo aspirar también por ellos la mayor cantidad de aquellas apestosas emanaciones. 
Subió las escaleras despacio, una a una, con la tranquilidad que le daba haber tomado por fin una decisión. “No más humillaciones, no más gritos, no más chantajes, no más perdones, no más te quieros”. Introdujo la llave y giró el pomo de la puerta. 
La sinuosidad de su desnudez rompía el horizonte de una cama deshecha y sucia. Se acercó y volvió a olerla. Olía como los lirios que a veces recogían en la playa. Se sintió de nuevo esclavo de aquel perfume e intentó rozar levemente  el fino vello de su brazo.  Retiró la mano asqueado de su propia debilidad y se dirigió al baño. Sin duda era el olor, aquel olor casi humeante de deseo lo que velaba su entendimiento. 
Abrió la tapa del water y ahí estaba, flotando desafiante y delator; adúltero plástico anticonceptivo reacio a perderse en  el abismo de las cañerías, como un ahogado que siempre acaba boqueando aire en la superficie una vez tras otra y nunca acaba de morir.“Morir”, repitió en un susurro. 
La vieja y desordenada caja de herramientas, olía al sabor oxidado de la sangre. Procurando no hacer demasiado ruido para no despertarla sacó una pequeña sierra, un destornillador, una llave inglesa y un martillo alineándolos sobre el cálido suelo de tarima. Se agachó y acercó la nariz intentando detectar el aroma de cada uno de ellos. ¡Por fin se decidió! El martillo combinaba con acierto el frío olor del metal con el dulce  matiz del barniz de la madera; adecuada metáfora de su vida en ese instante. 
Sentado al lado de la cama, la olisqueó intentando retener por última vez en su pituitaria la almizclada fragancia de su piel. Aspiró profundamente, levantó el martillo y lo dejó caer fuertemente sobre su cara. Sonó un sonido seco y vacío, seguido de un suspiro de dolor apenas contenido.  Luego un grito de horror inundó la habitación. Todo había acabado.
-"¿Qué has hecho?" exclamó ella intentando apartar con sus manos aquella lluvia cálida y pegajosa que caía sobre su rostro. Él se incorporó con la cara desfigurada por el dolor y la sangre. Tambaleante y aturdido sólo alcanzó a decirle “adiós” mientras intentaba contener con una toalla la hemorragia de su nariz machacada. “Nunca más volveré a olerte” le dijo, mientras cerraba tras de sí de un portazo la puerta de su casa.

El buen samaritano

El buen samaritano.

Todos los edificios estaban sin luz, excepto tu ventana.Entré en el edificio donde estaba tu oficina y tomé el ascensor a la cuarta planta.  Todo en silencio y a oscuras, tu despacho iluminado. “¿que pasa Roberto, trabajando para tu divorcio?” No dijiste nada, pero por tu cara era obvio que no te había hecho gracia. llevas dos años casado con Paloma, a la que yo antes tiré los tejos. y me sigue gustando, así que no entiendo qué haces aquí en lugar de estar con ella. “no me toques los cojones, Javier, mi jefe no pierde ocasión de pedirme cosas para mañana, y me temo que eso también es culpa tuya”. “Roberto, te juro que no he tenido nada que ver. siempre has tenido el mismo problema, no eres capaz de organizarte y la única forma de hacer tu trabajo es echarle horas. Eso no es sano ni para ti matrimonio ni para tí. algún día cuando vea tu luz encendida te encontraré fiambre encima de tu mesa, y eso no me hace gracia. a pesar de todo , eres de los pocos amigos que me quedan en la oficina, todos se han ido largando. Venga, acaba ya y vamos a tomar unas cervezas, luego te llevo a casa si quieres.”
“pues mira sí, ya estoy acabando, y ya no me funciona bien el coco. Déjame que cierre el informe y me voy contigo.” “te espero en mi despacho, cuando quieras.” salí del suyo y entré en el mío, encendí la luz y me tiré en el sillón, poniendo los pies encima de la mesa.
miré el sitio donde se sentaba nuestra secretaria. también me gustaba, con sus tacones altos y faldas cortas. Había sustituido a Paloma cuando se casó con Roberto y dejó el trabajo. Las normas de la compañía no permitían que siguiera siendo Roberto su jefe, así que tuvo que irse. Una lástima. La nueva se llama Ana, y las malas lenguas dicen que está enrollada conmigo, pero no es cierto. Yo sigo fiel a mi soltería y  un lío en la oficina me parece lo más cutre del mundo. Irónicamente, si alguien viera mi luz encendida (la única con la de Roberto nen todo el edificio, pensarían que me la estaba tirando en este momento. saben que conmigo no pueden contar después de las 6. me divirtió la idea, antes de parecerme descabellada.
Encendí el ordenador por hacer algo. tenía tres mensajes d mi jefe que me negué a leer a aquella hora, y uno de Ana diciéndome que mañana llegaría tarde por no sé qué problema. lo borré y entonces entró Roberto en mi oficina. “Vamos, que quieres, que encima de llegar tarde Paloma se dé cuenta que he bebido, no sé porqué me fio de ti. estás deseando que me de el zamacuco para entrarle otra vez a Paloma. No pongas sa cara de indignación, ya no cuela. pero en el fondo eres el único que se ha acordado que estaba aquí, así que vamos a por esas cervezas. 

Al entrar en la cervecería  que está enfrente del edificio, veo a Ana apoyada en la barra. la verdad es que está muy buena, y sabe como aprovecharlo. se que vive cerca de aquí , pero no lo esperaba encontrármela. lanza una sonrisa de incredulidad y me dice “ vaya, ¿que haces por aquí? supongo que Roberto acada de salir, ¡pero tu!, vaya sorpresa “ ya ves, he pasado y he visto la luz encendida, así que he tenido que subir a rescatarlo antes de que muriera de exceso de trabajo.  en el fondo soy un buen tío” “ya, a otra Caperucita con esos cuentos, lobo” “¿lobo yo? de verdad que soy mas inocente que un bebé” “no me fio de tí, tienes muy mala fama, Javier, pero bueno, ya que estáis aquí, ¿os tomáis unas cervezas conmigo? después si quieres vamos a mi casa y me demuestras lo de bebé” esto se ponía interesante. mi buena acción podía tener al final recompensa, pensé mientras dejaba el abrigo en un taburete y me sentaba cerca de Ana, quizás demasiado cerca para que ella se sintiera cómoda.

miércoles, 8 de enero de 2020

Desencanto


Todos los edificios estaban sin luz, excepto tu ventana.
¿Cuántos años hacía que no pasaba por tu calle? ¿cinco, diez? La luz de tu habitación me recordó aquella noche en la que preparábamos juntos el examen que nunca llegó a celebrarse. Ese presidente con cara de chimpancé gimiendo lastimero lo de la lucecita del Pardo. Tu madre que entraba, con la expresión desencajada, en el cuarto. Hijo, se ha muerto Franco, ¡qué va a pasar ahora! Juan, ¿tus padres saben que estás aquí? Llámalos no vayan a preocuparse. Seguro que sí: la mayor preocupación de mis padres en ese momento era abrir la botella de champán que compraron, con evidente exceso de optimismo, dos meses antes. Recordé cómo mentí con cara de buen chico mientras tú gesticulabas con sorna. No se preocupe, doña Engracia, saben que estoy estudiando con Miguel, aquí en su casa. Qué distintos éramos y cómo llegamos a estar tan unidos por una amistad que entonces me parecía indestructible.
Pensé en qué estarías haciendo a esas horas de la madrugada. ¿acababas de volver de juerga, como yo? O un lío de faldas. No, un lío, no. Nunca te expondrías así en tu propia casa. Quizás la realidad era más simple, la próstata no perdona. Seguro que no sería insomnio, desde joven adiestraste bien a tu conciencia para justificar cualquier cosa... No, ni juerga, ni lío, ni próstata: tú te acababas de levantar para organizar alguno de tus asuntos; un horario normal nunca fue suficiente para tu ambición depredadora.
Y no eran cinco ni diez. Hacía ocho años que dejamos de tratarnos. El alcohol abre agujeros en el cerebro por donde se escapan los recuerdos que crees que has enterrado para siempre. Me pediste uno de tus favores, no en tu beneficio, claro que no; por amistad, por fines más elevados, como siempre. Y alguien saldría perjudicado, también como siempre. No se puede hacer una tortilla sin cascar un huevo, decías. Pero esa vez te dije que no. Miguel, eso no puedo hacerlo. Me miraste con asombro, como si te estuviese replicando, no sé, tu lavadora o un sofá: un objeto destinado a tu exclusivo beneficio. Y entendí de golpe lo que me había negado a ver durante tanto tiempo. Como tantas otras personas a las has utilizado a lo largo de tu triunfadora carrera, acababa de pasar del selecto grupo de tontos útiles al mucho más extenso y prescindible de  tontos inútiles.
Esta mañana he leído una noticia sobre ti, profesional brillante, político comprometido. Parece que tu carrera sigue en ascenso y todos hablan de no sé qué nuevos cargos.  Y he vuelto a recordar aquel sábado de madrugada cuando pasé por tu calle en plena derrota y, al ver la luz de tu ventana, estuve a punto de llamarte. Por la amistad, por los viejos tiempos. No me había acordado desde entonces, pero hoy me alegro de no haberlo hecho.

EL AMOR, LA OBSESIÓN Y EL TEMOR

EL AMOR, LA OBSESIÓN Y EL TEMOR



Todos los edificios estaban sin luz, excepto tu ventana del primer piso, que parecía mirarme sabiendo que estaba deseando verte aparecer. Y apareciste. Tan fea como siempre. Con ese pico de águila real entre los ojos, que compartía protagonismo con la mueca permanente de tu boca armoniosamente deformada; una boca acotada en la parte de arriba por ese bigotillo que se llenaba de sudor perlado en los momentos más imprevistos y ocupada por unos dientes entre amarillos y parduzcos. Gracias a la luz de tu ventana podía apreciar estos detalles y alguno más, como esa manera desmesurada de bostezar, esos pelos despeinados que no obedecían a nadie o tu manera de achinar los ojos. Te acababas de despertar, sin duda. Podía distinguirte con la seguridad de que la penumbra me ocultaba, allí justo debajo de tu ventana. Estaba enamorado de ti, irremediablemente. No me importaba que fueras tan fea. El aspecto físico está claramente sobrevalorado hoy en día. Estaba seguro que eras inteligente y albergabas otras características interesantes. Había decidido que al día siguiente por fin intentaría conocerte, no sé cómo pero lo intentaría. Ya estaba cansado de amarte en la clandestinidad. Si no conseguía enamorarte en seguida, lo lograría con el tiempo. Ya me las arreglaría de alguna forma, pero tú no serías de nadie más que de mí. Llevaba años buscando una persona así. Y allí estabas tú, encogido y tan imbécil como siempre. Debajo de mi ventana una vez más, pensando que no te veía. Si hubieras mirado hacia el cielo habrías visto una enorme luna llena que anulaba en gran parte la oscuridad de la calle. Además de jorobado y cojo, parece ser que eras tonto. Siempre creíste que no te había visto observarme cuando salía a la calle o cuando tantas madrugadas me apoyaba en esta ventana tras despertarme en mis noches de desvelo. Estabas más que enamorado de mí, lo cual era muy lógico, pero no entendías que una mujer atractiva no puede estar con alguien así. Y aquella noche, al verte allí de nuevo por enésima vez, me harté. No te tenía miedo, pero llamé a la policía, que vino bastante rápido. Desde mi ventana expliqué la situación a los dos agentes que se presentaron y estos te sacaron de allí metiéndote en su coche. Supongo que te llevaron a comisaría. De esto hace ya una semana y desde entonces no te he vuelto a ver merodeando cerca de mi casa. Y esto sí que me asusta un poco, porque está claro que la policía te tuvo que soltar y ahora no sé si estás enamorado o cabreado. Espero que no estés tramando nada...

Textos para lectura previa de cara a la última clase

TRANSIRAK MR.PERFUMME ¿Quién podría amar a una medio máquina? ¿Quién sería capaz de bucear bajo su gruesa capa de metal? ...