COÑOS, COÑAS Y COÑAZOS
!Coño!, exactamente eso, un exclamación que, probablemente, utilizo de vez en cuando, como !hostia!, !joder! o, si me atengo a mi arraigo manchego de adopción, !chorra! -y valga esto para la parte del trabajo dedicada a la polla que no voy a desarrollar-, para denotar sorpresa, asombro o pasmo. Ya sé que no indica mucha educación en aquel que la utiliza, pero comparado con los textos que nos leyeron el otro día, pueden resultar hasta graciosas y naturales en un pueblo, como el nuestro, bastante dado al taco.
Que un autor no debe de auto censurarse, y que cualquier palabra tiene cabida en sus relatos, de acuerdo, claro está, si aporta algo a su historia. Herir por herir, tal como se desprendía de los mencionados textos, refiriéndose al órgano sexual de la mujer como un recipiente en el que volcar sus despojos misóginos bajo una perspectiva que nos transporta de lleno a un acto de violación, media un abismo.
No quisiera ofrecer una imagen anacrónica y mojigata. Claro que he soñado y deseado explorar y descubrir el sexo de una mujer, perder el sentido hundido en su calidez, tocar el cielo dentro de él, pero desde esa óptica, coño no es la palabra que mejor define dicha experiencia. Coño aísla a la mujer de su órgano, en un concepto anatómico vulgarmente expresado. No hay coños bonitos o feos, salvando la vulgaridad explicita, forma parte del cuerpo de la mujer para su disfrute y, si desea compartirlo, también del nuestro.
El placer, la pasión, el sexo lo entiendo en su globalidad, como dice Serrat, "entero y tal como soy, no vayas a equivocarte". El culmen, esos ojos atrapados en los míos, mirada desnuda, cómplice y apasionada, mientras los demás apéndices van a lo suyo. Lo demás coños, coñas y coñazos, en el mejor de los casos: una exclamación.