viernes, 29 de noviembre de 2019

Coños, coñas y coñazos


COÑOS, COÑAS Y COÑAZOS


   !Coño!, exactamente eso, un exclamación que, probablemente, utilizo de vez en cuando, como !hostia!, !joder! o, si me atengo a mi arraigo manchego de adopción, !chorra! -y valga esto para la parte del trabajo dedicada a la polla que no voy a desarrollar-, para denotar sorpresa, asombro o pasmo. Ya sé que no indica mucha educación en aquel que la utiliza, pero comparado con los textos que nos leyeron el otro día, pueden resultar hasta graciosas y naturales en un pueblo, como el nuestro, bastante dado al taco.

   Que un autor no debe de auto censurarse, y que cualquier palabra tiene cabida en sus relatos, de acuerdo, claro está, si aporta algo a su historia. Herir por herir, tal como se desprendía de los mencionados textos, refiriéndose al órgano sexual de la mujer como un recipiente en el que volcar sus despojos misóginos bajo una perspectiva que nos transporta de lleno a un acto de violación, media un abismo.

   No quisiera ofrecer una imagen anacrónica y mojigata. Claro que he soñado y deseado explorar y descubrir el sexo de una mujer, perder el sentido hundido en su calidez, tocar el cielo dentro de él, pero desde esa óptica, coño no es la palabra que mejor define dicha experiencia. Coño aísla a la mujer de su órgano, en un concepto anatómico vulgarmente expresado. No hay coños bonitos o feos, salvando la vulgaridad explicita, forma parte del cuerpo de la mujer para su disfrute y, si desea compartirlo, también del nuestro. 

   El placer, la pasión, el sexo lo entiendo en su globalidad, como dice Serrat, "entero y tal como soy, no vayas a equivocarte". El culmen, esos ojos atrapados en los míos, mirada desnuda, cómplice y apasionada, mientras los demás apéndices van a lo suyo. Lo demás coños, coñas y coñazos, en el mejor de los casos: una exclamación. 

jueves, 28 de noviembre de 2019




Greguerías o algo así


La felicidad es sentirme a gusto sin tener que fingir quien soy.

La muerte es impotencia. Tanto la tuya como la de cualquiera.

El mar son como los ojos de mi abuelo, solo con mirarlos ya me encuentro más tranquilo.

La belleza es que me fascines sin ni siquiera haberte mirado.








El idioma de los enamorados, el motor de los pensamientos y la prueba de nuestros hechos.

Desde pequeños nos enseñaron a dar dos besos a las mujeres y un apretón de manos firme, fuerte e incluso desafiante para los hombres.
Supongo que esto se haría en un acto de virilidad y su origen se remonta en el Oriente y la antigua Roma, donde su significado sigue siendo muy parecido al actual.

Durante el último año me dediqué a saludar a las personas, sin importar su sexo, mediante un apretón de manos y la verdad que llegué a varias conclusiones; casi todas ellas de mujeres que reaccionaban de manera extravagante a este gesto.
Algunas se extrañaban, a otras les hacía gracia, otras buscaban un segundo saludo ya que el primero se les quedaba corto y también estaban las que no se inmutaban y te devolvían el estrujón con mucha más fuerza de la que habías utilizado.
Es curioso pensar en la de cosas que se pueden percibir mediante una simple compresión de muñecas. Ya sea la seguridad de la persona que lo ejerce, la conexión entre los participantes o el nivel de nerviosismo debido al asqueroso sudor que se genera.

Al igual que hay gente que se fija en los ojos o en los dientes, yo siempre me suelo fijar en las manos.
Las manos son el idioma de los enamorados, el motor de los pensamientos y la prueba de nuestros hechos.

Mis manos son otro organismo formado por dos dímeros que se valen por sí mismos y que a veces tienen la desgracia de meterse en lugares donde no les llaman.

Si no hay dinero tengo manos para hacerlo.
Si no hay amor tengo manos que me lo dan.
Incluso sin piernas puedo comprarme muletas y apoyar mis manos en ellas pero, si no hay manos no puedo hacer música, y sin música no soy nada.


Por cierto, si te sudan las manos, ya puedes quitarte todas las ilusiones de estar conmigo.


Mis manos


Aquellas que recuerdo siempre en mis brazos. Siempre por delante, en caídas y en tortazos. Siempre una extensión de mi mente y mis abrazos. De mi corazón y mis pedazos. Desatando nudos y creando lazos. Abriendo mundos donde otros solo ven espacio en blanco, creando silencios que brotan de tus labios.
Miro estas pobres manos, a veces sucias y a veces temblando, cuando se encuentran con las tuyas y su calor humano me recuerda que todo es un regalo.
Y pienso en el daño que causaron cuando, cegadas, al otro olvidaron. Pero recuerdan sus surcos helados todas las lágrimas que sus dedos calmaron.
Mis manos, siempre perdidas y siempre buscando una grieta a la que asirme en mis noches sin verano. Pero hienden la tierra en vano cuando, anhelando, buscan las raíces de las que nunca se soltaron.
Porque todo está en ellas esperando, mano a mano, ser liberado de su letargo.
Porque todo es camino caminando. Y mis manos, siempre a mano, con tus manos de la mano.  

EN MIS MANOS



Guardan pequeñas cicatrices de aquellas aventuras de la infancia que vivieron sin escudo en el pequeño mundo de la calle, sin miedo a nada y de alguna diferencia de opiniones que resolvieron con un apretón de manos. Con sus dedos me ayudaron a aprender a sumar y restar. Todavía les da repelús el tacto de la tiza al escribir en la pizarra y la nieve en polvo que suelta el borrador al sacudirlo sobre la pared. Lograron sujetar de manera correcta el lápiz, antes de escribir las primeras letras, palabras y frases. Sujetaron mis primeras lecturas y se tiñeron de arcoíris al pintar sobre el papel.
Han crecido conmigo y saben mejor que nadie lo que me gusta leer, comer o tocar. Recuerdan todas las caricias que dieron o recibieron durante todo este tiempo. Saben cuándo deben ser fuertes o delicadas, dependiendo del momento. Han trabajado masas dulces o saladas que, a veces, se resistían a despegarse de ellas. Volaban ágiles sus dedos sobre las teclas de la máquina de escribir, para después, convertirse en su principal trabajo para ejercer mi profesión. Se adaptaron a las nuevas tecnologías y supieron rozar con suavidad el teclado del ordenador mientras la derecha sujetaba el indómito ratón.
También supieron amar sin palabras, reconocer el calor en una frente febril y abrigar con el suyo a una mano que se sentía perdida. Son frágiles y fuertes a la vez. Disfrutaron acunando y cuidando a mis hijas. A ellas se aferraron sus diminutas manos para dar sus primeros pasos y, a pesar del tiempo, regresan a su abrigo cuando necesitan sentirse seguras.
Acompañaron y cuidaron los pasos de mi madre que el tiempo lentificó y su memoria olvidó en una silla de ruedas. Tejieron con paciencia sus recuerdos, le dieron calma y ese amor infinito que necesitaba antes de su despedida.
Ahora, ambas se sienten indefensas, los nudillos se retuercen y anudan de dolor. Son torpes, pero nunca se dan por vencidas. En ellas late un corazón valiente que lucha cada día. El tiempo va tatuando estrellas sobre la piel de su universo. Mientras ellas aprenden a escribir, van dejando tras de sí una estela de historias que les dicta mi corazón.

EJERCICIO CLASE 211119


-       La literatura es el infinito hecho palabras.
-       La felicidad es una brisa fresca frente al mar.
-       La muerte es un agujero negro en el espacio.
-       El mar es el oxígeno azul que me devuelve la calma.
-       El sexo es como morir en un instante.
-       El ataúd es la cárcel eterna del cuerpo.
-       La belleza es lo extraordinario entre lo normal.
-       La sardina es la plata del mar.
-       La lluvia es música líquida sobre un cristal.


miércoles, 27 de noviembre de 2019

MIS MANOS



Por suerte mis manos siempre han estado ahí, entre mis brazos y el aire. Las he visto crecer conmigo. Desnudas cuando eran niñas, se han ido procurando un abrigo de pelos con el paso del tiempo. Aunque incluso con este abrigo se cortan ante el frío. No porque sean tímidas, sino por su extraordinaria sensibilidad a prueba de cremas. Y cuando esto pasa se llenan de pequeños ríos de sangre que molestan como filos de cuchillos y que me hacen desear la primavera y el verano. Supongo que es una de las maneras que tienen de hacerse notar.
Ambas están llenas de dedos y a veces mandan a los dos más pequeños que se adentren en las fosas nasales y exploren sin contemplación como si el mundo se fuera a acabar ya no mañana, sino en ese momento mismo.
Cuando las épocas de sequía carnal me hacían sentir inquieto, aparecían ellas con su roce para aligerar la carga, aunque en el momento culminante de la fricación me sintiera más turbado si cabe que antes del primer contacto. Eso sí, una turbación paradisíaca.
Mis manos siempre han tenido mucho tacto con las personas, tanto que nunca las han tocado sin establecerse antes una confianza a través de miradas o de tiempos de charla. Esas palmaditas en el hombro buscando complicidad con el recién conocido, ese abrazo con un desconocido, esa palpación de pechos debajo de la blusa en la última fila del cine y en la primera cita...No, esas familiaridades gratuitas nunca han ido con ellas.
Y aquí las tenemos, escribiendo estas palabras sobre ellas mismas para ser leídas y escuchadas por otros, para sentirse protagonistas por unos minutos: porque a veces mis manos también son un poco coquetas.

Pequeñas olvidadas

Paseábamos por Gran Vía una fría mañana de Febrero. Eramos amigos. Amigos especiales. Agarró mi mano con delicadeza. La sangré subió a mis mejillas. Malditas manos. Ojalá me hubiese besado, así sin mas. Pero no, ahí estaba su mano en mi mano, con fuerza. Mis pequeñas olvidadas. Secas, agrietadas, padrastro aquí, padrastro allá. Uñas cortas y algún que otro callo bajo el dedo. Palmas grandes, dedos largos, podrían ser unas manos preciosas, pero se quedaron en funcionales. Esa misma mañana en el taller, un nuevo corte se había unido a la colección.

Le miré. Tal vez fuese pura paranoia, pero estaba convencida: Lo había notado. No reprimí las explicaciones, esa mala costumbre de justificarme por el mero hecho de autosatisfacer mis inseguridades.

Estas manos tienen historia. Gracias a ellas, tengo la nevera llena. Y no solo eso, ellas me permiten seguir aprendiendo en mi trabajo, desmontar máquinas y desvelar sus secretos. Imaginarme a su diseñador, decidiendo y montando con sus manos lo que en ese instante esta entre las mías. Ellas son curiosas, incapaces de no palpar su alrededor, sentir el mundo. Ellas me acarician después de un mal día. Me permiten escribir, dibujar. Crear, y por ello, me conceden la plenitud. Ya ves, lo que significan unas simples y destrozadas manos. Cuánto me representan, y qué poco las cuido.

Tomó mi otra mano, y juntándolas, las acarició. Respiré aliviada y por primera vez en mi vida, orgullosa de ellas.

Autobiografía de izquierda y derecha


Mis manos… Sí. Las conozco bien. Nacieron allá por el año 2000, año del que diría algo si hubiese tenido algún atisbo de consciencia para entonces. Sí. De estatura baja, complexión fofa y mirada inocente, las dos crecieron y se criaron junto a mí, como muchas otras parejas, bien alimentadas y con todas sus necesidades cubiertas. No hace falta decir que jugaron un papel fundamental durante mi crianza en por ejemplo; aguantar sin rechistar todos y cada uno de los primeros libros que leí, sostener y manejar los mandos de los primeros videojuegos que jugué y permitirme aprender a escribir textos como el que ahora mismo me encuentro redactando.

Es ciertamente difícil quejarse de ellas. ¿Qué no hacen? La comida, pasear al perro, dibujar, tocar música de la que más me gusta, vestirme, evitarme un dolor de cuello al alimentarme, los deberes… Incluso en las pocas cosas que no hacen por si solas, te sirven de apoyo por si las necesitas. Sin duda uno de los mejores inventos del ser humano.

Aunque… He de admitir que a ratos las odio un poco. Sí. Especialmente cuando recuerdo todos esos vasos en el suelo, las veces que se cortan por no mirar por donde van, aquella vez que dejaron caer las llaves de mi casa caer por la rendija del ascensor, e incluso aquella vez que va la tonta de la izquierda y mete el dedo índice en el cachivache de moler el potaje. A veces de verdad que no sé como aguanto a la tonta de la izquierda.

Pero bueno, el pasado es el pasado, aprenderán, especialmente la izquierda, más les vale; ya que ni estar escribiendo ésto podría hacer sin ellas. Así que bueno, no me caen taaaan mal después de todo. De hecho, creo que continuaremos trabajando juntas, como un equipo, en todo aquello que nos propongamos por un buen tiempo. Sí.

Nota: Se me ocurrieron muchas ideas en órdenes muy distintos y soy bastante consciente de que la estructura de la redacción es un poco inconsistente  :) También se me ocurrió escribirlo como si la narradora fuese la derecha, aunque no sé si ya me estaba alejando demasiado de lo que se pedía.

Manos


Siempre he tenido miedo a mis manos.

Sus diez dedos, enormes, parecen tentáculos mecanizados. Se articulan sin control por mil partes diferentes, adoptando aterradoras formas: garras, zarpas, anclas, cepos.

Sus venas, gruesas y moradas, sobresalen infladas del exceso de sangre que transportan. Bajo mi piel cascada y reseca, deshidratada y áspera, unos tendones duros aparecen con cada movimiento de mis dedos. Son como los hilos de una marioneta que alguien manejase sin mi permiso. Quién sabe si, en mitad de la noche, podrían lazarse al cuello de mi esposa y en pocos segundos asfixiarla sin yo darme ni cuenta.

Lo más terrible de mis manos son sus uñas. Pequeñas cuchillas que nunca dejan de crecer. No importa que las corte, o que las arranque, siempre acaban creciendo una y otra vez, inquietantemente sigilosas. Diez filos que convierten a cada uno de mis diez dedos en cuchillas de diferente talla. Y debo prestar mucha atención. Sería fácil que me rajasen las venas mientras me doy un baño caliente. O rebanarme el cuello, justo por la yugular. Diez verduguillos con los que podría descabellar a un niño en un error de cálculo.

Por eso, el día que mis manos estrangularon a aquel señor que me increpó por saltarme un semáforo en rojo, me quedé mirándolas, aterrorizado. Desde entonces no dejo de vigilarlas.



pasado y futuro de mis manos

Pasado y futuro de mis manos

Las manos nos distinguieron como especie, pudimos usar herramientas. conocer mejor el mundo físico que nos rodea, escribir. son también una extensión de la voz para los oradores, que enfatiza, enerva o calma. pocas partes de nuestro cuerpo son tan determinantes en nuestra forma de ser y de evolucionar, y al mismo tempo no somos capaces de darle la importancia que tienen. nos sirven para saber la edad de alguien, y también si ha hecho en el pasado o no trabajos físicos.

Cuando era un joven estudiante en la universidad en Madrid, alguien me dijo que tenía manos de secretaria. pretendía ser hiriente, aunque nunca me ha parecido un nsulto tener manos de secretaria, Simplemente quería decir que nunca había hecho un trabajo físico, lo cual era verdad, pero no había ninguna razón para avergonzarse de ello. No me parecía ni me parece que el trabajo intelectual sea menos digno que el físico. así me he ganado después bastante bien la vida sin tener que usar la fuerza de mis manos.

pero también es verdad que cada vez usamos menos las manos. Ya no se escribe a mano, ni se pasan las páginas físicas de libros. La mayor parte de los trabajos no usan la habilidad manual. pero me gustaría que mis manos sirvieran para algo más que acariciar, aunque esto sea tan importante. Envidio a tiene son capaces de modelar obras de arte con sus manos, o a los que tocan un instrumento musical, algo que abandoné en mi juventud demasiado pronto, y que quizás es un poco tarde para recuperar a mi edad.

en la actualidad las manos sirven para trabajar sobre teclados o pantallas táctiles, un uso para el que no han evolucionado tanto, aunque resulte tan conveniente para aprender y comunicarnos. y también para escribir, como estoy haciendo en este momento, con la facilidad de corregir casi al instante cualquier cosa que no me guste, y poder compartir el resultado con vosotros.


Los expertos en interfaces hombre-máquina auguran formas más inmediatas, sin usar las manos, de escribir, corregir, y publicar. usando la voz o incluso directamente el cerebro. Creo que ganaremos algunas cosas, pero perderemos el contacto con las cosas que nos enseñan de esa forma su corporalidad y su materialidad. habrá que hacer cosas nuevas que nos obliguen a que las manos no se conviertan definitivamente en miembros atrofiados.

Mano izquierda


Mano izquierda
Mis manos están colocadas del revés. En algún momento de la gestación o del parto, en eso los científicos no se ponen de acuerdo, el cerebro se organiza a derechas y tú acabas al final de la clase y del abecedario. 

Zurdo, zueco, zocato, zoquete, zoco…

Mi mano izquierda es obstinada. Ha resistido años de castigos cerriles, consejos estúpidos y conmiseraciones deprimentes. Es desmañada en la escritura: ser zocato es mal pronóstico para un narrador. Todos los Cuadernos Rubio del mundo no han podido evitar que mis manuscritos sean una algarabía indescifrable, ni que el canto de la mano se convierta en un borrón crónico. No pude estrenar la estilográfica de la primera comunión y siempre he sido adicto a los lápices de punta dura y a los bolis BIC naranja. Gracias, Apple, por inventar una forma de escribir cara, pero que no mancha. Más vale tarde que nunca.

Mi mano izquierda es lista para las chapuzas y para los Meccanos. Quizás haga de necesidad virtud; una vida de pequeños fastidios cotidianos te enseña a entender el truco de tantos cachivaches que nunca le funcionan a un zoquete. También dicen que es mejor para el deporte. Nunca me han interesado el tenis ni la esgrima, así que eso no lo he podido comprobar. Para otras actividades más divertidas yo la encuentro neutra, sin ventajas ni problemas destacables, salvo que siempre elijo el otro lado de la cama.

A mi mano izquierda la controla el lado opuesto del cerebro. A los zuecos nos gusta pensar que eso nos hace más originales y creativos. Esta relación no está estadísticamente demostrada, aunque supongo que cada uno se consuela como puede. Personalmente sí creo que la zurdera te infunde cierta actitud escéptica y crítica que no favorece en nada las habilidades sociales: al final va a resultar que los zurdos tenemos poca mano izquierda.

sábado, 23 de noviembre de 2019

El manco que nunca lo fue


   
De camino al aparcamiento que la universidad tiene bajo la pista de deporte, Carlos no dejaba de pensar en el ejercicio que el profesor les había propuesto para el jueves siguiente, un relato sobre las manos exento de tópicos. Quién le habría mandado a él, a su edad, apuntarse a un curso de narrativa. De camino a casa recordó haber leído en alguna ocasión un relato que podría acoplarse bastante bien a lo que Kike les había pedido. Cuando acabó de cenar escarbó en la biblioteca hasta encontrar lo que buscaba. Dudó un instante, pero la ausencia de ideas ingeniosas le proporcionó el empujón definitivo para plagiar el trabajo. Encendió el ordenador y comenzó a copiar.

   Nos conocimos en Alcalá de Henares, seguramente el día de san Miguel de 1547, ya ha llovido desde entonces. Juntos, los tres nos trasladamos a Madrid veinte años después, donde nos comió el gusanillo de la escritura e ingresamos en el Estudio de la Villa. Que tiempos, os acordáis, junto a don Juan López, de él aprendimos bien la gramática. Aquel viejo Madrid del recién estrenado Carlos, quinto o primero, según se mire, y donde tu hermana y tú o tú y tu hermana, tanto monta, me pusisteis en un brete que a punto estuvo de acabar con los tres en la cárcel.
   Ya sé que tú nunca reconociste la autoría de los hechos porque te consideras diestra, leal y culta, mientras que tu hermana siempre ha sido más siniestra, pendenciera y bohemia. Lo bien cierto es que, tanto si fuiste tú con la espada o ella con el estilete, el maestro de obras Sigura salió mal parado de aquel lance y nos vimos obligados a huir rumbo a Italia huyendo de la justicia.
   Después llegó el desastre que arruinó la vida de tu hermana. Fue ella la que se empeñó en embarcar en la galera Marquesa allá por 1571; quería aventuras la muy puta. Nefasto siete de octubre, frente al turco, en el vericueto laberinto de las islas griegas. Maldito trozo de plomo que le seccionó aquel nervio condenándola al anquilosamiento perpetuo y que hizo que la posteridad me conociese como el manco de aquel estrecho griego. Pero no es cierto, ella no quedó varada en el hospital de Messina, bien lo sabes, continuó con nosotros hasta el final. Luego vino lo del cautiverio en Argel, pero de eso no te voy a contar nada, ya te encargaste tú de darle cuerpo en aquellas dos comedias.
    ¿Quién nos animó a leer el Tirant lo blanc? ¿Quién nos metió en la cabeza los libros de caballerías? Ella, claro que ella. Inmóvil junto al corazón, paralítica y entumecida, nunca nos dirigió un reproche. Mientras, los tres crecimos a la par, maduramos y nos dedicamos de lleno a escribir esa gran novela con la que todo escritor sueña inmortalizarse.
     Fueron días de febril actividad, noches a la luz del candil donde yo me dejé la vista, tú trabajaste como una esclava y tu hermana, desde su sitial, hierática y firme, no paró un segundo de animarnos. Lo que vino después, molinos de viento, ninguno de los tres lo pudo haber imaginado, pero eso ya es historia.
   Hoy solo pretendo aclarar que de Sinistra nunca nos separaron, que fue herida sí, que perdió toda su vitalidad también, pero que siempre… siempre, estuvo con nosotros. Así que manco, como han querido llamarme, no lo fui ni de Lepanto. Si acaso algo tullido, nada más.

   
Cuando terminó de copiar aquel fragmentó dudó. ¿El profesor o alguno de sus compañeros reconocerían aquel texto?, sería mucha casualidad. Colocó el puntero del ratón sobre el botón de publicar, cerró los ojos y apretó el botón derecho del ratón. Esa noche tuvo alguna pesadilla.


ejercicios clase


La literatura es sentarme en mi sillón de ikea, encender el flexo y casi en penumbra hundirme y escuchar dentro de mí a través de los ojos de otro.

La felicidad es quietud de sentimiento, que nace y se exalta al infinito apenas sin darse cuenta uno del tiempo.

La muerte es silencio que amortaja el alma de los que te rodean, libera el espíritu sufriente y da sentido a una vida bien vivida

El mar es extensión y plenitud de azules infinitos que alimenta de sal la sosa tierra

El sexo es un acercamiento, conjunción de astros que se atraen y se unen en explosión de espasmos y de luces.

El ataud es frío recipiente de cálida madera que se consume con el tiempo o con el fuego.

La belleza supera el horizonte de lo excelso y guía la mirada y los sentidos.

La sardina es grasa, pringosa y se deshace en la boca dejando sabor a mar, a sal y a vino.

La lluvia es humedad que huele antes de resbalar, mojar tu pelo y obligarte a correr por el camino.

Hecho a mano


Reposan cruzadas junto al pecho, blancas  y casi frías.  Desnudan del anular su anillo. 

Debí verlas y  sentirlas por primera vez  en la penumbra, casi traslúcidas y pintadas de pequeñas venas nadando en un viscoso líquido, luego agitadas intentando abrazar el aire, y sintiendo por primera vez su peso, reposarlas en un cálido vientre. Me sujetaron a vida que manaba de aquel pecho repleto. Sustituyeron por un tiempo aquel chupete que mis padres siempre me negaron. Me alimentaron y vistieron cien mil veces. Han sido mis cubiertos, mis raquetas, aquellos dos pequeños hombrecillos que juegan en una mesa vacía de juguetes. Mariposas y lobos en la pared de un cuarto reflejadas. Descubrieron mi sexo y luego el suyo. Con sólo un apretón hicieron mil amigos. También los despidieron con solo un balanceo, y  a veces, las más tristes, dibujando una cruz sobre mi pecho. Firmes y fuertes fuisteis al principio. Después de un tiempo, delgadas, temblorosas, sujetaron las manos de otros niños, y en la escarcha del invierno equilibraron  el camino aferradas al rugoso mango de un bastón.
Queridas compañeras dibujantes del árbol de mi vida. Instrumentos que han tecleado un piano y escrito un poema. Instrumentos que quietos o agitados habéis transmitido calma o furia. ¿A quién habéis pegado? ¿A quién salvasteis? ¿A quién acariciasteis? ¿A quién humillasteis con aquél dedo tan erguido? Tan solo materializamos los pensamientos e ideas que has urdido. Y si, si,  somos también culpables de tus fracasos y de tus alegrías, pero nunca nos alabaste, aunque para ser justas tampoco nos reñiste. Siempre ignoradas. ¿ Y ahora que estás  ya muerto te acuerdas con nostalgia del tacto de la historia que para ti construimos? No fuimos mas que tus esclavas, cables de cobre repletos de neuronas que  a tu cerebro  abrieron los sentidos. Cocineras, amasamos tu pan. Carpinteras,  apretamos tus tornillos. Ingenieras, desviamos el cauce de un arroyo, heladas las yemas, quemadas por el frío. Y así encallecimos los nudillos con cien trabajos; algunos sin sentido.  Y no nos diste ni una triste manicura. Sólo jabón y agua. ¿Acaso tu comías agua y pan, sin permitirte sorber vino? No usabas guantes y pasamos frío. Nos mordiste todos los padrastros hiriendo de las uñas la cutícula. Nos introdujiste en algún lugar inmundo que por pudor no mencionamos.  Te metimos y te sacamos de cien líos y te dejamos escrita  allí en la palma el manual de instrucciones de tus días; tan claro que hasta un ciego, si saber “braille”, lo leería. Y ahora en tu postrer venganza ¿encargas que nos roben el anillo? 

Mano manuscrita.


Manos manuscritas

Dándole al manubrio abrí la puerta de lo inconcebible, os cuento esto tal como me lo contaron de primera mano aunque quijoteando entre  suspiros mancos de ti. No le sirvió de nada ser un manitas,  nunca debió dedicarse a la cirugía tal manazas.

 Siempre he pensado que valoramos aquello en lo que menos capacitados estamos, valoramos cualquier reconocimiento ajeno, maniatados por objetivos que no están en nuestra mano, perseveramos nadando contracorriente en un mar de inutilidad.

Apenas unas manos de pintura cubrían el  daltonismo emergente en una  paleta de cromatismo inesperado. Sinembargo una inusitada palmadita en la espalda me expresaba que yo tenía buena mano para la pintura. Una vez ví  a un relojero de gordos dedos pellizcando las horas sin que el tiempo pasara para él.
¿Acaso las rudas no pueden acariciar mientras raspan?
Plegadas por la edad mantienen su tacto con los nietos.
Embarradas como en Ghost se deslizan en la humedad para dar forma a un amor.
Hay quien cree poder leer entre líneas, si aun fueran sordos te lo dirían todo.
Se alzan ante un atraco, una votación, o para alcanzar un deseo, empuñan  el dolor y abofetean  la ira. Rezan juntas ante otras antaño perforadas. Miden la cocina entre  pellizcos y puñados para que nos chupemos los dedos.

 Pero lo que más me alegra es su chasquido rítmico, su plausible golpeteo bate- corazones, pam, pam, pam, tiqui tan pam pam, pequeño silencio, aplauso colectivo.
En la nieve las oculto, no aguanto el frío, en las fiestas las revisto de manicura de gala.
Son investigadoras empedernidas, Ya sea en la nariz, en la oreja o cualquier agujero. Han penetrado en cuevas solo guiadas por el tacto. Son   atrevidas, tocan el agua fría, la ardiente plancha, y todo aquello que esté de rechupete. A veces, con sorpresa, consiguen arrugar la nariz aproximando un dedo maloliente.

Son colaborativas, trabajan en equipo y mano a mano, siempre estrechan relaciones, y dan un ok de conformidad  para echar una mano.

Son la causa del increscendo de la orquesta e indican a quien le atañe musicar.
Dibujan florituras en un aire gestual aflamencado. repleto de faralais.

Levantó la palma derecha. ¡Alto! ¿Dónde vas? La abanicó esperando respuesta.  El corazón se lo llevó a los labios. “Allí  ” Siguió la mirada aquel índice a lo Caravaggio. “No puede pasar” dijo haciendo el parabrisas.” Por favor” entrelazó los dedos en rogativa. “Silencio” mostró  la vertical sobre sus labios. “  Me meo”, se hizo a un lado y me hizo pase torero con la palma bandejera.
   
Dicen que una mano lava a la otra, es como si no se enterara, parece que tener un poco de la izquierda te libra de los arrebatos de la derecha, esa dicotomía permanece en el imaginario colectivo manteniendo el dilema sin resolver,  en ocasiones se dirigen apenadas a los ojos  protegiéndolos, no queriendo ver una realidad incómoda.

Terminaré recordando un bonito momento, para demostrar como contrarresta la agitación. Ocurrió cuando con las yemas removí el agua tibia del lago de mis pensamientos meciéndome en la tranquilidad balsámica del texto acabado.

viernes, 22 de noviembre de 2019

El sexo es lo que da placer y calma a las personas estresadas.


La lluvia es el conjunto de estalactitas derretidas que caen de la cueva del cielo.


El mar es ese poquito de líquido que se cuela entre inmensidades plásticas.


La muerte es el principio de nada.


La felicidad es aquello que se alcanza cuando dejas de sentir y razonar.


jueves, 21 de noviembre de 2019

Ya es hora de que deje de ordenar armarios e intente descansar un rato, es muy tarde. Pero sé que no voy a poder dormir, otra vez. Dios mío, ¿qué le puedo decir a mi pequeño Peter cuando cada noche me pregunta por qué no vuelve papá? Ya tiene tres años y casi la mitad de su floreciente vida sin él, sin su padre... Aquel oficial de la Marina Real Británica del que me enamoré y con el que no compartiré esta primavera que me trae nuevas esperanzas. Pero esta noche llueve, como mis ojos. Aún resuenan en mi mente sus últimas palabras antes de partir hacia la conquista del Polo Sur: "Nos volveremos a ver, Kathleen. Cariño, te quiero". 
Miro a Edward y a Henry, que me regalan sus sonrisas quebradas por el dolor. Siento que les he fallado, y automáticamente pienso en mi Kathleen y en el pequeño Peter. También a ellos les he fallado. Saco la pluma y el cuaderno. Un último esfuerzo. Le escribo a mi viuda. 
"Amor, no es fácil escribir por el frío, setenta grados bajo cero y nada más que nuestra tienda de campaña. Creo que nuestra mejor oportunidad ha desaparecido. Pero hemos decidido no suicidarnos, al contrario, lucharemos hasta el último momento por alcanzar el depósito y con la lucha vendrá un final sin dolor, así que no te preocupes. Tú sabes que te he amado... La peor parte de esta situación es que no podré volver a verte, pero debemos enfrentarnos a lo inevitable. Cuando el adecuado llegue para ayudarte en la vida, deberías volver a ser feliz. Espero ser para ti un buen recuerdo. Nos aferraremos hasta el final, pero nos estamos debilitando, por supuesto, y el final 
no puede estar lejos. Es una pena, pero no creo que pueda escribir más". 
R. Scott 
 

Contraataque por favor

- El imperio no ha dejado de avanzar por nuestro flanco izquierdo, quemando y saqueando cada aldea a su paso. Lo más seguro es que sus unidades traten de descansar antes de cruzar el Nora, no es como si sus caballos y provisiones pudiesen soportar un avance sin pausa de 2 semanas a lo largo de todo Cringrado. ¿Que qué deberíamos hacer? Contraatacar, como ya os he dicho.

Y ahí estan todos sentados. No me puedo creer que hayamos aguantado como país por más de 2 días con esta panda de incompetentes. Llevo 3 malditas semanas sugiriendo el plan que inevitable nos dará victoria y ni cristo está ahí para hacerme caso.

Y ahí está el insoportable que lleva 3 semanas chillando, repitidiéndonos y repitiéndonos como un loco que es la única forma de salvar al país. ¿Tiene idea...? ¿Cómo puede...? No es que no tenga razón, que tampoco se la doy, pero definitivamente esas no son formas de presentarse ante la alta nobleza de Covennan. Quién se creerá.

miércoles, 20 de noviembre de 2019




Globos flotando sobre el cielo, olor a tarta recién hecha y quince personas alrededor mía justo después de soplar las velas.
¿Es que no se dan cuenta de que me importa una mirada este día?
-Pablo cariño, este es el regalo de tu tío Carlos, ábrelo a ver si te gusta.
Miro a mi madre para comunicarle todo mi estrés con mis pupilas, pero se nota que la gilipollas sigue pensando en lo suyo.
Desde luego, este niño no ofrece una muestra de gratitud, espero que su tío no se enfade cuando vea la cara de mustio que se le queda.
Poco a poco empiezo a desenvolver una caja con forma cuadrada hasta que mi tío suelta la broma más graciosa de la historia.
-No hace falta que sigas desenvolviendo, es una bicicleta.
¿Me río?
Le ignoro, mejor ignorarle, me da tanta pena, desde que su mujer le dejó se ha vuelto un subnormal, pero yo sigo fingiendo y sonrío por no vomitarle en la cara.
Espero que le guste el libro. Al haberle criado desde pequeño siempre tengo muy en cuenta lo que pienso regalarle, aunque esta vez creo que me he arriesgado. Aún así, quiero que todos sus amigos se enteren de la verdadera persona que es.
Termino de desenvolver el libro.
-¿Te gusta?
Espero ansioso que le guste la sorpresita, la verdad que se lo merece.
Contesto antes de mirar la portada, ¿aún no se ha dado cuenta que me la pela?
-Sí, está bien, gracias Carlos.
-Pablo cariño, ¿has leído el título?
Se oyen varias risas y nada más verlo me quedo sin palabras. Justo en la tapa y con letras remarcadas se mostraba el nombre del libro:
Cómo dejar de ser un falso y tratar mejor a tu familia.
-Es uno libro de autoayuda Pablito, a ver si nos aplicamos el cuento ¿vale?

La despedida


Te veo en la penumbra de la habitación y me acerco en silencio procurando no despertarte. Pareces una muñeca consumida y rota,  vestida con un camisón blanco que apenas esconde una delgadez extrema. Me siento a un lado de la cama y te acaricio el pelo,  quizás para consolarte ó quizás para limpiar mi conciencia. He cruzado un océano para verte y poder abrazarte, pero ahora me da miedo estrecharte entre mis brazos y que tus frágiles huesos se quiebren. Después de todo, puede que ni siquiera ya  me escuches. Recojo tu mano casi fría entre las mías y noto  como intentas apretarla suavemente, entonces te susurro al oido mil disculpas.  Oigo en mi cabeza un leve murmullo que no entiendo. Alguien me sujeta de la mano y yo la aprieto intentando aliviar una punzada de dolor en mis entrañas. Siento un aliento conocido y lejano a un tiempo y el calor de un cuerpo junto al mío. Se quién eres. Cuánto tiempo he alargando los días y las noches, para poder despedirme de ti. Y ahora , ya sin voz, no puedo decirte que a pesar de todo lo  hiciste te perdono y aún sigo queriéndote. ¿Y tú aún me amas?

Diecisiete otra vez


Mamá está comprando. Es mi momento. Corro a su cuarto de baño para tomar prestada su barra de labios de Channel rojo bermellón. Aprovecho también para llevarme una maquinilla de afeitar. No notará la ausencia, estoy segura. Mi siguiente parada es el doble fondo del primer cajón de mi escritorio, donde guardo los preservativos que nos dieron el día de educación sexual en el instituto. Lo guardo todo en un recoveco del bolso. Escondo el bolso en el armario y me voy directa a la ducha. Adoro estar bajo el agua cuando estoy sola en casa. Mi madre no soporta que esté más de cinco minutos a remojo. Al escuchar las llaves decido que ha llegado el momento de secarme y vestirme. Creo que media hora ha sido más que suficiente. Estoy nerviosa. Estoy muy nerviosa, es la primera noche que paso con Mario. Lo tengo todo preparado, excepto lo más crítico del asunto: mi madre aun no sabe que dormiré fuera. Mi última salida fue un horror: mis amigas y yo bebiendo cerveza, la que por cierto detesto,  en un bar y mi madre entrando de sopetón hecha una furia porque debía estar ya en casa. Qué bochorno. Empiezo a sudar. Tengo que decírselo cuanto antes. Me equipo con mi vestido preferido, ese que realza mis escasas curvas. Me miro satisfecha y la llamo. ¡Mamá! Dice Maria que hoy hacemos fiesta de pijamas en su casa. La pantalla del Iphone se ilumina justo cuando mi madre llega al baño.

Mario: Me muero de ganas de tenerte aquí. Ah sí, y un corazón. Le maldigo y giro con violencia el móvil.

Esta niña se piensa que nací ayer. Claro que se que no va a ir a casa de Maria. Si fuera así, por qué hay una maquinilla de afeitar en la ducha en pleno mes de Enero. Y ese conjunto de ropa interior con el que se encaprichó la semana pasada. A casa de Maria. Claro que sí. 

¡Ah! me limito a exclamar sin emoción alguna. Me mira nerviosa mientras vuelve a repetir la misma mentira añadiendo más detalles del plan. Un golpe de nostalgia me invade entonces, las imágenes y sensaciones golpean mi mente. Por un momento vuelvo a tener diecisiete años. Puedes ir cariño, no te preocupes. Pero ten cuidado y no bebas alcohol. Mientras le concedo el permiso, su expresión se llena de vida. Sin embargo, no quiero ponerselo tan fácil, eso le haría perder emoción. Y que narices, esto me empieza a divertir bastante.

-¡Ostras! ¿No era Maria la que había reformado su casa? Haced muchas fotos y me las enseñas, que ya sabes que la mamá es una cotilla. - Contengo una sonrisa picara e intento sonar natural.
-Si. - los colores suben a sus mejillas - te pasaré fotos, tranquila - voy a maquillarme que me tengo que ir en diez minutos - evita la conversación a trompicones.
- Claro cariño, me voy a la ducha, ya nos vemos mañana - le doy un beso en la mejilla - y no te olvides de las fotos.

Escucho un suspiro cuando ya estoy a mitad pasillo. Sonrío.

martes, 19 de noviembre de 2019

Baile en el club de remo

Baile en el club de remo.


me llamo Reinhard, soy oficial de la marina imperial, con destino en el acorazado Sleschwig-holstein como oficial de señales. hace cuatro años que decidí no seguir la tradición musical de la familia, aunque toco bastante bien el violín, y enrolarme en la marina. El uniforme me sienta bien y me da un aire de respetabilidad en esta sociedad tan podrida. Elegí la marina por su historia, aunque la mal llamada marina imperial ya no es lo que era. bueno, el país tampoco lo es, ya no hay emperador, sino una república democrática que corre el riesgo de acabar como Rusia. Hoy me han invitado a un baile  en el club de remo de Kiel, así que me he puesto mi mejor uniforme y me dispongo  a pasar un buen rato. la sala está profusamente iluminada, nada más entrar localizo a un grupo de oficiales de mi barco con una chicas, de las que me llama la atención una con un vestido rosa. me presentan, “ reinhard, te presento a Lina Von Osten” me quedo atrapado en sus ojos azules. Tieene una voz dulce, pero enérgica, y habla con pasión de política y del destino de Alemania. tengo que tener cuidado, estoy prometido desde hace tres meses con la sobrina de un almirante, romper este compromiso puede costarme mi carrera, pero no puedo dejar a Lina ahora que la he encontrado. “señor Heydrich, ¿le parece que demos una vuelta por el embarcadero?” No sé como me he atrevido a decir esto. Reinhard es guapo, a pesar de sus duras facciones, pero también sé que está prometido, y el código de honor de la marina le impide romper el compromiso. pero me he fijado en cómo me mira cuando hablo de mis ideas políticas, pocos hombres me muestran tanto respeto. creo que es alguien con quien puedo hablar y compartir mis pensamientos muchos otros se asustan en cuanto empiezo a hablar de mi experiencia en el partido Nazi. salir al aire fresco y oler la brisa marina es como un bálsamo para mis  temores, y noto que a Reinhard no le disgusta mi compañía.

MI ABUELA Y SU FINAL



Mi abuela no tardará en irse de nuestras vidas, tumbada en la cama del hospital. Nos mira con una sonrisa. Estoy convencido de que es una sonrisa de alivio por saber que pronto dejará de padecer la tortura de no poder estar con su hijo, mi tío, que ha muerto hace dos años. Y mi tortura es pensar que podría haber estado más con ella, haberme preocupado más de ella el tiempo que ha vivido en nuestra casa, con mis padres y conmigo. Sé que se va a marchar sin pensar en mis ausencias y sé también que nunca ha dejado de quererme, pero mi remordimiento es inevitable ahora mismo. Al menos lo que sí voy a hacer seguro es estar presente cuando exhale su última respiración. Y me alegro de que estéis todos juntos en mis horas finales, porque es la imagen que quiero llevarme. Si pudiera hablar, os diría lo contenta y lúcida que me voy, que os quiero a todos, pero que me alegro de no seguir estando ya más en un mundo donde no pueda ver a mi hijo Toni. Él y yo, juntos, os sentiremos desde algún lugar cercano, aunque no podamos vernos.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Título: Cabeza loca

A veces la miro y pienso; ¿Qué es lo que pensará ella de mí? Puedo imaginar que debe creer que soy estúpido, realmente he hecho muchas tonterías en su presencia para impresionarla. Ella pretendía no darse por aludida y en alguna ocasión sonreía con encubierto desdén.

Que tonto es, se creerá que me hace gracia. ¡Si supiera lo que llevo en la caja! Je, je. Con lo que me cuesta disimular y este no me quita ojo, tendría que haber nacido fea. A ver si se cansa. Parece que quiere venir a decirme algo. ¡Uf! Pasa de largo. No está mal visto por detrás. ¡Maldita sea! Me ha visto mirándole el culo. Si es que no tengo remedio. Debería estar harta, después de lo que me pasó con el último. Aquel sicario me pidió demasiado. No reuní lo suficiente para quitarme a aquel acosador de encima y ahora va y me trae su cabeza en una caja.

A esta chica le gusto, primero me mira disimulada y ahora acaba de abrir los ojos de forma exagerada, como entre asombrada y asustada. Desde aquí no lo distingo. Tal vez si me acercara y le dijera algo. Cuando se levante podría acompañarla y llevarle los bultos. Parece que va cargada.
Tengo que pensar algo, que hago con la caja. ¿Cómo voy a la poli y les digo lo del sicario? De ésta me encierran y esta vez no valdrá con hacerme la loca, no me encerrarán en el psiquiátrico. Allí por lo menos tengo compis. Azucena es la que me pasó el teléfono de un amigo de su ex que conocía a uno que una vez contrató a un matón. ¡ay! Que viene otra vez. A este lo mato yo. No lo miro y ya está. ¡Menos mal! Pasa de largo. ¡oh, no! Me mira otra vez y sonríe. Que dentadura más perfecta. La verdad no está mal, sino fuera por lo que me trae de cabeza. El camarero se ha acercado con una botella de cava invitación del señor en cuestión.

Ahora, si que no falla, caen todas, en el fondo son románticas y les gustan los detalles, no me explico como un chaval tan guay como yo estoy aun libre. Me ha sonreído otra vez.
Este tontainas paga fantas me ha gustado, tiene un estilo bobalicón que le favorece. ¡Anda! Si me ha puesto un nota: “  Me has impresionado, no puedo dejar de mirarte, te parece que salgamos a pasear, puedo llevarte la caja esa, para que no padezcas”

Esta leyendo y parece pensativa, debe decidir si sí o si no, tengo un 50% de probabilidades. Por fin se levanta, por fín me mira y sonríe, pero s dirige al baño, se irá a ponerse más guapa si cabe. Ya tarda mucho en salir, tampoco hace falta que se arregle tanto. Tal vez le ha pasado algo. Voy a ver. No se que hacer, no puedo entrar en el de señoras. A una chica que entra le digo que mire si le ha pasado algo a una chica que ha entrado antes. Al fin sale, dice que no hay nadie. Desconsolado y cabizbajo me  dejo caer en un taburete junto a la barra. El camarero me da una nota, dice que se la ha dejado la chica para mi. Desdoblo la nota en la que de seguro estará su teléfono y leo:
“ Hola, yo también me había fijado en ti, se donde vives, te espero en  casa, trae-té la caja que he dejado pero no la abras aun, yo te llamaré”
Pasó una semana sin noticias y al final abrí la caja y con sorpresa me vi reflejado en aquel desdichado.




domingo, 17 de noviembre de 2019

ENCRUCIJADA


Desde el bar, llamo por teléfono a Marta, mi mujer, pero no contesta. Insisto, una y otra vez, sin éxito. Su móvil está apagado o fuera de cobertura.
—¡Joder! ¿Cómo es posible? ¡Cuando llegue a casa se va a enterar! —maldigo entre dientes.
Entro en casa y cierro dando un portazo.
—¿Dónde cojones estabas? —grito muy enfadado. Le asesto el primer golpe.
Desde el suelo, me suplica que baje la voz. El niño duerme. Imposible controlar mi furia. De rodillas, lloro arrepentido y le digo:
—¡Perdóname! ¡No volverá a pasar!
Marta calla mientras me mira aterrorizada.


Despierto sobresaltada. Sin querer, me he quedado dormida en el sofá. ¡Dios mío, el móvil está apagado, sin batería! Tiemblo al pensar lo que me espera.
—¡Si es que soy una inútil! Sé que me quiere mucho, pero por mi culpa bebe demasiado y, a veces, se le va la mano. —me digo en voz baja.
Reconozco el sonido de sus llaves al introducirlas en la cerradura y me falta el aliento.  Entra como un ciclón y cierra de un portazo. Desde aquí, puedo oler su borrachera de cólera y alcohol.
Su rabia salpica mi cara cuando me pregunta dónde he estado. Antes de poder responder, ya me llueven los insultos y los golpes.
—¡Por favor, para, no grites! El niño duerme —suplico.
Llorando me pide perdón, como siempre. En silencio, lamo mis heridas. No quiero que Fernando, nuestro hijo, me vea así de humillada. Vencida.
Si lo abandono, amenaza con quitármelo. Todavía es muy pequeño. Solo tiene cinco años.


viernes, 15 de noviembre de 2019

Atrapados bis

 Lo más prudente hubiera sido hacer caso a las previsiones meteorológicas, es lo que cabe esperar de alguien como yo, poco amante de sorpresas e imprevistos, pero Laura se había empeñado en visitar aquella tarde a su hermana con la que, al parecer, necesitaba consultar algo urgentemente.
   El porqué no me opuse a su exigencia cabía buscarlo en su comportamiento durante los últimos días. Estaba extraña, ausente y con ese semblante que tan bien conozco: el que aconseja no hacer demasiado ruido. No obstante, y vista la situación en la que nos encontrábamos, no hubiera estado de más enfrentarme a ella y poner un poco de sentido común para intentar convencerla de no salir de casa, pero amenazó con ir sola.
   En la estrecha carretera de montaña que separa nuestra casa de la de mi cuñada, un centenar de vehículos con nieve por encima del nivel de las ruedas, corríamos el riesgo de quedar sepultados. Protección Civil conocía nuestra situación y vendrían a sacarnos de aquella ratonera, pero los medios para despejar el camino tardarían entre cinco y seis horas en llegar.
   Entre la nieve que las ráfagas de viento arrojaban sobre el parabrisas y el calor interior que empañaba los cristales, quedamos aislados del entorno, como en una habitación blanca. En otra situación, Laura hubiese mostrado miedo y preocupación, sin embargo, continuaba muda con la mirada perdida.

   - ¿Qué te pasa, Laura?
   - Nada, qué va a pasar -la misma respuesta de los últimos días, la que solo augura tormenta y no precisamente de nieve.
   - Si tú lo dices, aunque, no sé, llevas unos días que...
   - Mira, Alberto, nadie te ha obligado a salir, si has venido es porque has querido. Que la cosa se ha complicado y estamos atrapados en esta puta carretera, pues sí, pero es lo que hay.
   -¿No crees que lo más prudente hubiera sido posponer esta visita?, no han parado de advertir que, si no era imprescindible,  no saliésemos de casa, ¿tan urgente era ver hoy a tu hermana?
   - Y no solo para mí. Lo que tengo que hablar con Elena te concierne en gran medida, o es que no te has dado cuenta todavía.

   Una sensación de mareo me recorrió todo el cuerpo hasta explotar en la sien. Vi como la vida se tambaleaba ante mis ojos y comencé a perder pie mientras la seguridad me abandonaba. Cuando Laura se encerraba en aquellas periódicas calladas me sentía un ser desdichado, temeroso de lo peor. Me hundía hasta que cualquier banal conversación la sacaba de sus abstracciones y devolvía nuestra relación a la cotidiana normalidad. Ya está como siempre, asustado y con esa cara de no haber roto un plato en su vida, !Dios! que simples son los hombres.

   - ¿Tú me quieres, Alberto? -dije arrinconándolo con la mirada.
  - Por supuesto que te quiero, ¿a que viene esa pregunta? -respondió intentando demostrar una seguridad que, por el ligero temblor que descubrí en sus labios, distaba bastante de ser real.
   - No podemos continuar así. Yo también te quiero, pero ya no estoy enamorada. He perdido la ilusión, nuestra vida es monótona, le falta esa chispa que antes tanto nos emocionaba. Eres una gran persona, un excelente compañero, pero...

   Muchas horas después la nieve seguía cayendo. Alberto y yo, arrebujados en una vieja manta en el asiento trasero, por no quedar congelados, apretamos  nuestros cuerpos con fuerza. Noté humedad sobre mi párpado derecho y abrí los ojos. Me miraba con ternura. Hasta que llegó el rescate dormí como una bendita. El sexo de la reconciliación me había dejado exhausta.


jueves, 14 de noviembre de 2019

Aliento al vuelo

Entreabro los ojos como puedo y lo veo todo borroso. Tengo la mente aturdida, pero consigo vislumbrar lo que parecen restos fangosos. Mierda, el tsunami. No sé cuánto llevaré inconsciente, pero este maldito dolor de cabeza me hace desear volver a estarlo. Todo está tan revuelto dentro y fuera de mí que tardo en darme cuenta de que estoy atrapado. Deprisa, comienzo a sentir un ardor en el pecho que no tarda en propagarse por el resto del cuerpo a la vez que mi respiración se va acelerando, lo que hace que me maree todavía más. Trato de gritar, suplicar ayuda, pero no hay respuesta, parece que estoy solo. A cada minuto me voy sintiendo más aletargado, creo que sigo pidiendo ayuda, pero ni yo mismo escucho ya mis quejidos.
Harto de luchar, hago por calmarme evocando mi último recuerdo con ella, la noche que pasó todo; una noche aparentemente como las demás, pero era diferente, iba a pedirle que se casara conmigo. Estaba preciosa, como si supiese lo que pretendía. Se había maquillado y llevaba suelto su largo pelo color azabache, cosa que nunca acostumbraba a hacer. Yo estaba nervioso, pero al verla entrar al salón mi mundo entró en calma. Seguíamos a varios pasos de distancia cuando todo comenzó a temblar. El viento aporreó las ventanas con dureza y le siguió un estallido súbito al romperse los cristales. No tuvimos tiempo de reaccionar, el agua nos sacudió casi al instante y nos separó inexorablemente. Después de eso, sólo hubo golpes. Me estaba ahogando y todo lo que alguna vez podía haber considerado mío, flotaba revoltosamente a mi alrededor propinándome una buena paliza.
            No ha sido buena idea, ahora no puedo dejar de pensar en cómo ella de repente ya no estaba, ya no estábamos. No deja de azotarme el crujido de los cristales; la última vez que la miré tratando de alcanzarla; sus ojos, llenos de pánico; cómo todo se volvió caótico sin quererlo.
            Han pasado varias horas, o incluso días, no lo sé, estoy demasiado débil siquiera para pensar, y por fin advierto helicópteros de rescate. Por primera vez en todo este desastre, tengo algo de esperanza en que volveremos a vernos. Aunque cada vez me cuesta más mantener los ojos abiertos, fantaseo con la idea de que nos encontrarán y podré abrazarla de nuevo, hasta que mi mente se nubla imaginando y me quedo dormido.
            A penas me despierto notando que algo juguetea con el bolsillo medio roto de mi camisa para alcanzar un anillo que inexplicablemente seguía ahí, el anillo que pensaba entregarle aquella noche. El pequeño invasor era un avecilla negra que se había obsesionado con el brillo del diamante. No podía moverme ni gritar para ahuyentarla y ella no cesó en su empeño por alcanzarlo. Cuando al fin consiguió robármelo se alejó volando, llevándose lo único que me quedaba de ella, junto con mi último esfuerzo por respirar.

Lecciones de Compostela



Desde el primer momento me arrepentí de este viaje pero nunca pensé que llegaría a decir que preferiría estar estudiando que sobreviviendo a las vacaciones que más me habían costado planear en toda mi vida.
Aunque no lo creáis, el camino de Santiago no es tan sencillo como parece.
Después de pasarme horas interminables reservando los mejores hostales, mirando los mejores trenes y buscando los mejores lugares resultó que de 25 miembros de la clase de la carrera, al final solo dos nos acabamos yendo. Y menudos dos resultamos ser.

Yo; que en mi vida había sabido coger un mapa, y Carmen; persona con la que había hablado dos veces pero que tuvo la misma inteligencia que yo al incluirse al viaje sin mirar ni esperar a que más gente se apuntara. Aún así, tengo que admitir que la chica tenía una voz encantadora de la que no me cansaría en todo el trayecto y además había ido a ciertos cursos de orientación.

Después de recorrer los primeros días traspasando caminos que parecían sacados de la saga del señor de los anillos, me di cuenta que aunque empecé la experiencia con cierta incertidumbre por no saber nada de la persona con la que compartiría esta aventura, en muy poco tiempo le cogí cariño, no sé si por su voz, sus ideas o sus maneras que tenía de ayudarme, la verdad que siempre he sido un desastre pero tengo que admitir que en este viaje estaba superando cualquier límite.
Tras olvidarme la mochila, habernos perdido cinco veces por mi culpa y defecar accidentalmente al lado de la tumba de Santiago de Compostela, la chica siguió siendo igual de receptiva y agradable que en su primer momento, lo que dijo mucho de su persona.

En verdad, hasta podría haber sido un buen viaje sino fuera por el último día.
Al caminar, o mejor dicho arrastrarme durante los últimos cuatro kilómetros resultó que al principio del segundo empezó a llover de una forma que no había visto ni en la tele. Empezó gota a gota y, de repente, dejó de verse el sol, luego el cielo y finalmente Carmen, la cual perdí ya que momentos antes se había alejado para hacer sus necesidades.
Resultaban ser las once de la noche y me había quedado solo, sin móvil porque se me había mojado la batería y sin cantimplora porque mi mochila la compartía con ella.
Prácticamente solo, prácticamente solo sin nada.
Sin mapa, ni abrigo, ni walkie, ni fuego, ni chubasquero, ni brújula, ni ayuda, ni luz.
 Prácticamente solo, prácticamente solo sin nada.

Me estresé y andé, andé y andé y corrí y tropecé y me caí y seguí andando luego andé y seguí arrastrándome, si total más mojado y manchado no podía estar, la lluvia seguía cayendo, salpicando y rugiendo así que me mojé un poco más y después de caminar, hablar solo, gritar esperando no estar solo, pensar en Carmen, rezar por Carmen y chillar por Carmen  para encontrarla; el camino me enseñó una lección que todavía recuerdo a día de hoy.

Luego de andar por otras dos horas y a punto de dejar atrás esa insufrible senda para llegar al pueblo más cercano, escuché una voz dulce que me dijo "buen camino".
En ese momento dejé de sentirme solo y me di cuenta del miedo que había pasado, no por la lluvia, no por la noche, no por los ruidos.
Solo por mi.
El miedo no era sentirme solo por no tener nada, ya que tener nada nunca había significado ningún inconveniente. El verdadero problema  fue sentirme solo.
Prácticamente solo sin nadie. Prácticamente solo conmigo.

Aquel amanecer


Aquel amanecer
Frío. Frío que muerde mis entrañas como una mordaza que clava sus dientes de hierro en mi carne. Oscuridad. Oscuridad ignota que todo lo cubre y que acecha a su presa que, acorralada, presiente su final.
   ­¡Hermano, ya hemos esperado suficiente! Te repito que tenemos que salir de aquí como sea.
   Escucha, yo también tengo miedo, pero debemos tener paciencia. Hay que esperar al equipo de rescate.
   ¡Pero si ni siquiera saben que estamos aquí! ¡Y sigue sin haber cobertura!
   Lo sé, ¡pero si salimos nos congelaremos!
   Hay un poblado a dos kilómetros hacia el norte, ¿de verdad quieres seguir esperando? ¿Cuánto tiempo más podremos aguantar?
   Está bien, dame un minuto. Necesito pensar…
   ¡Llevas pensando desde anoche! Tenemos que aprovechar las pocas horas de luz que quedan. ¡No podemos aguantar una noche más así!
   ¡Te subestimas! ¿Que el frío te impide recordar? dijo mi hermano con su inconfundible sonrisa.
   ¡Déjate de rollos! No estoy de humor para nuestras batallitas de niños.
   Está bien, como quieras dijo quedamente encogiéndose de hombros.
   ¡Me voy! ¡No aguanto ni un minuto más! Allá tú si te quieres convertir en un Calipo.
   ¡Por favor! ¡Escúchame…!
“Portazo”.
El soplo del septentrión me devuelve a la vida. Oigo los gritos de mi hermano amortiguados por la carrocería, que pugnan por penetrar la coraza de mi razón. Pero ya no le escucho. Tan solo quiero alejarme, escapar, tal vez huir. Un paso tras otro me separan de aquella desolada carretera, y me arrojan a la soledad y al yermo. Tan solo avanzo. Las piernas me llevan allende el horizonte, mientras mis suspiros forman volutas ante mí. Los breves silencios son interrumpidos por el rugir del viento, oigo cataratas en mis oídos.
Se me hace imposible caminar. Este vendaval sonoro aguijonea mi cuerpo y anestesia mi mente. Tiene que ser por aquí. No te pares. No puede quedar mucho. Este maldito frío está de caza. Yo soy su presa. Una manada de lobos de escarcha trata de derribarme, mordisco a mordisco. Amordazado por una de sus fauces, caigo.
Me arrastro hacia lo que parece un lugar despejado, a lo lejos. Ante mí se alza una tormenta. No te detengas, aunque queme. Aunque duela. Este dolor me hace sentir que aún vivo. Mi corazón martillea el yunque de mi pecho. No veo nada.  Caigo de nuevo. Ruedo. Un golpe seco. Crujir de hielo. Agua. Miedo. Frío, que me lame con mil lenguas de fuego. Vuelo, en esta terrible oscuridad que anhelo. Estoy solo. Sueño. Sé que este será mi último aliento.
Me veo de niño, acurrucado en una acequia de la que no puedo escapar. Siento el vacío de ese niño que un día fui mientras todo fluye alrededor. Y recuerdo aquel amanecer que trajo consigo a mi hermano, que me salvó.
Echo de menos su sonrisa. Pero ya no importa. Ya nada importa. Estoy en paz, preparado para partir. Mas siento un anhelo insoportable. Lucho por salir. Me abandono para siempre.

Siento que me agarran con fuerza y me llevan en brazos.
Siento la luz que rutila entre mis párpados.
Y veo el amor que brota de sus labios.

Javier Martínez Hernández   14/11/2019

Textos para lectura previa de cara a la última clase

TRANSIRAK MR.PERFUMME ¿Quién podría amar a una medio máquina? ¿Quién sería capaz de bucear bajo su gruesa capa de metal? ...