jueves, 12 de diciembre de 2019

Una pareja asimétrica

   Pasada la media noche, la pareja entró cansada en su lujosa mansión en una de las urbanizaciones más selectas de Valencia. Él se despojó de su terno oscuro, mientras que ella, con un gracioso movimiento de piernas, se dejaba caer en el primer sofá del salón quitándose los zapatos.

   - Estoy destrozada, menudo rollo de fiesta. Que pesado el diputado ese... ¿cómo dices que se llama?
   - Antúnez, Pedro Antúnez. El muy cabrón se te comía con los ojos.

   Nada nuevo. Si realmente los ojos comiesen, ya haría tiempo que no quedaría nada de mí, y mira que la cosa comenzó mal. De pequeña fue un suplicio, sobre todo, en el colegio. La jirafa me llamaban. Piernas de alambre que hacían que sobresaliese un palmo por encima de casi todas. Burlas y chanzas. Solo la tía Encarnita, durante una comida familiar, le dijo a mi madre, Laura es como el patito feo, démosle tiempo que ya aparecerá el cisne. Y vaya si apareció.
  De un día para otro, aquellos finos alambres se tornearon hasta convertirse en unas cálidas columnas donde se perdían los hombres y sus miradas, y digo hombres, no muchachos. Los inexistentes pechos, que me valieron el título de campeona de natación, nada por delante, nada por detrás, alcanzaron el tamaño perfecto. Pómulos rosados y unos hoyuelos, en su justa medida, que se dibujaban tras mi sonrisa, parecía volverlos locos. Y sobre todo, el pelo, esa mata que, gracias al único consejo que aproveché de mi madre, nunca me he tintado, me han permitido parecer siempre mucho mas joven de lo que soy, son cincuenta y... y todavía veo la lujuria en sus ojos, no importa su edad, continúan deseándome. 
   Fue un gran descubrimiento. Una mujer puede estar muy buena, pero si encima lo sabe y tiene dos dedos de frente, se le abren unas posibilidades inmensas que yo he sabido explotar. A las pruebas me remito.

   - Has dicho Antúnez, cariño, pues lo tiene claro el diputado baboso ese, ni que fuera Antonio Banderas, el muy pelma.

   Yo tampoco soy el Banderas, pero supe jugar mis cartas. Mi madre me consolaba, no te preocupes hijo que la belleza está en el interior. En el interior de los cojones. Lo que comenzó siendo un acné de juventud, acabó transformándose en esas pústulas que, pese a los muchos esfuerzos de mama, nadie consiguió adivinar de dónde provenían y que, a la postre, acabaron dejando mi cara como el culo de la Luna. Barrigón y paticorto desde muy joven, ponía los discos, mientras Alberto o Juan José se cepillaban a las más adelantadas de la época. No me faltó de nada, me olían los sobacos -esto sí lo solucioné-, la caspa era dueña absoluta de mi pelo -también lo arreglé- y además, por si todo ello fuera poco, la tengo pequeña -sin comentarios-. 
   Como colofón de mis virtudes, soy cabezón, quiero decir, que tengo la cabeza muy grande, bueno tozudo también. Y fue esa obstinación y, probablemente, el mayor tamaño de mi cerebro, lo que me ha permitió prosperar más que suficiente como para llevarme a Laura al huerto. Como decía mi madre, lo que no va en llantos va en suspiros.
   Alberto y Juan José, ese par de desgraciados, ya hace tiempo que trabajan para mi, para Bonifacio el feo -hasta para el nombre tuvieron gracia mis padres-, Bonifacio, el que se acuesta con Laura, la que fue modelo,pero feo a fin de cuentas, y ahí están nuestros hijos para demostrarlo. Qué lástima, pobrecitos, con lo guapa que es su madre.

   - Venga Laura, déjalo. Que se joda el diputado. ¿Qué te parece si esta noche tú y yo?, en fin, ya me entiendes.
   - Boni, querido, hoy no: me duele mucho la cabeza.

   

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